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La derrota de los franceses

 

A medida que avanzaba el enfrentamiento entre ingleses y franceses en el campo de batalla de Agincourt el 25 de octubre de 1415, los errores tácticos cometidos por los franceses y la mala situación del terrero de combate, empezaron a ser decisivos en el destino de la batalla.

Así comenzó la derrota de los franceses. Además de los numerosos caídos como consecuencia de la efectividad del arco largo de los ingleses, la saturación de valientes combatientes deseosos de demostrar su valor y coraje, empezó a pasar factura a las tropas francesas. Era tal el apiñamiento y el desconcierto en la lucha, que los combatientes apenas si podían blandir sus espadas contra el enemigo. La presión que ejercían los de las últimas filas sobre los primeros provocó que muchos combatientes no murieran a manos del enemigo sino que fueron aplastados por sus propios compañeros. Muchos de ellos morían asfixiados, pisoteados o ahogados en el lodo. Los vivos  caían entre los muertos quedando atrapados sin poder volver a levantarse. Se formaron grandes pilas de cuerpos, unos vivos y otros muertos, sobre todo delante de los estandartes de los pocos nobles que conformaban las filas inglesas, el propio rey, el duque de York y Lord Camoys, ya que todos los franceses intentaban capturarlos para así obtener un buen rescate.

Así las cosas, los franceses continuaban avanzando incorporando más efectivos a la lucha por lo que la situación se agravaba cada vez más. La matanza continuó por más de tres horas y después de tan larga lucha, la flor y nata de la caballería francesa yacía muerta en el campo de batalla. Fue tal la masacre que muchas familias nobles perdieron a más de un integrante en ese día. Es más, algunas perdieron hasta tres generaciones de varones por lo que literalmente se extinguieron dejando en una penosa situación a las viudas e hijas. La oriflama, el estandarte de guerra de Francia, también fue abatido y nunca pudo recuperarse. 

Una vez que los ingleses se sintieron lo suficientemente confiados de su victoria, empezaron a buscar prisioneros importantes para poder así pedir un rescate. Hasta ese momento, cualquiera que caía en el campo de batalla sin importar su rango, era abatido sin consideración.

Muchos caballeros franceses cayeron en manos de ingleses corrientes a los que previamente a la batalla habían menospreciado por su bajo origen. Tal fue el caso del duque de Borbón y del conde de Richemont que fueron encontrados bajo una pila de cadáveres. Carlos de Orleans, el primer príncipe de la sangre, también fue recuperado de uno de los montones y fue hecho prisionero. Junto a ellos, miles de nobles que podían permitirse pagar su rescate corrieron la misma suerte. El resto de los combatientes franceses, plebeyos sin recursos económicos, fueron asesinados pues las leyes de la caballería sólo regian para los nobles.

En ese momento, se oyó gritar que los franceses se habían vuelto a concentrar y estaban a punto de lanzar otro ataque. Las tropas de Enrique estaban exhaustas y tenían que hacer frente a una nueva embestida francesa, por lo que no podían dedicarse a vigilar a la gran cantidad de prisioneros que estaban bajo su custodia. Cabía la duda de que estos prisioneros al verse libres, pudieran unirse de nuevo a los atacantes y causar grave daño a las tropas inglesas. Ante esta situación, Enrique V dio la orden de matar a todos los prisioneros salvo a los más importantes.

Desde el punto de vista humanitario, la orden de matar a prisioneros indefensos era una masacre que iba en contra de la decencia y de la moralidad cristiana. Desde el punto de vista caballeresco era incomprensible. La ley de armas afirmaba que un hombre que se rendía debía ser tratado con misericordia y se le debía perdonar la vida (siempre y cuando fuera noble, como hemos comentado anteriormente, los plebeyos quedaban excluidos). Sin embargo, desde un punto de vista militar la decisión de Enrique estaba perfectamente justificada y era la única que se podía tomar. 

Según las fuentes inglesas, todos los prisioneros excepto los duques de Orleans y Borbón fueron ejecutados. No sabemos exactamente cuantos fueron ni como se decidió quien era importante y quien no. Lo que si nos dicen las crónicas es que muchos ingleses se negaron a ejecutarlos más por el deseo de no perder las recompensas que por ellos se podría pagar, que por sus creencias caballerescas o por cargo de conciencia. Enrique, para atajar esta insurrección, nombró a un escudero y doscientos arqueros para cumplir su orden.  De esta matanza escapó el mariscal Boucicaut, pero como estaba gravemente herido, fue hecho de nuevo prisionero y enviado a Inglaterra donde finalmente murió durante su cautiverio.

Este segundo ataque de los franceses parece que correspondía a la incursión realizada por Antonio duque de Brabante. Antonio era hermano menor de Juan sin Miedo duque de Borgoña. Juan sin Miedo, enemigo acérrimo de los armagnacs y aliado de los ingleses, había prohibido a su hermano y a todos sus feudatarios participar en la batalla pero Antonio no pudo resistirse y su lealtad hacia su país fue superior a la lealtad hacia su hermano. El duque de Brabante llegó tarde a la batalla y en su precipitación, se lanzó al ataque sin haberse puesto completamente su armadura y su sobrevesta que lo identificaba como miembro de la alta nobleza. Fue rápidamente abatido y confundido con un simple trompetero por lo que fue ajusticiado en el campo de batalla.

Según otras crónicas, el ataque al que se refieren los ingleses pudo venir de la caballería francesa que había quedado en la retaguardia. Estos no habían participado en ningún momento en la batalla ya que la ausencia de líderes impidió que se les diera la orden de avanzar. Tampoco podrían haber hecho gran cosa visto como estaba de atestado el campo de batalla. Su ataque final tampoco sirvió de mucho y su sacrificio personal fue en vano. Sin embargo, su acción da muestras de su gran heroísmo ya que muchos de ellos prefirieron morir luchando aún a sabiendas de que la batalla estaba perdida, a retirarse y huir con deshonor. La ironía de todo esto es que no sólo no consiguieron nada sino que  pasaron a la posteridad como los causantes del asesinato de los prisioneros. 

Otro incidente tuvo lugar durante la batalla. El convoy de equipaje del ejército inglés fue atacado y saqueado por los franceses. Este ataque había sido planeado por las tropas francesas dentro de su plan oficial de batalla y aunque inicialmente había sido designado Luis de Borbón para tal labor, la reasignación de tareas como consecuencia de las quejas y rencillas de los nobles había trasladado al duque de Borbón a nuevas posiciones en la vanguardia. Parece ser que la misión se encomendó a hombres del lugar que conocían bien el terrero. Pero según crónicas inglesas, dicho ataque se debió única y exclusivamente al pillaje y no a una acción organizada por los franceses.

Sea como fuera, el botín obtenido fue considerable. Este incluía la corona de Inglaterra, la espada del Estado y los sellos de la cancillería.  Como creció el rumor de que esta acción de pillaje fue la que causó la matanza de los prisioneros (como hemos visto, hay tres versiones distintas), los responsables de su robo se la ofrecieron a Felipe conde de Charolais para que este intercediera ante su padre Juan sin Miedo. La estratagema no dio resultado pues Felipe se vio obligado a ceder la espada a su padre que hizo arrestar a los dos responsables del robo y convenientemente se convirtieron en los cabeza de turco que pagaron no solo por el robo a los ingleses sino por el asesinato de los prisioneros franceses.

Los últimos restos del ejército francés, ante el rumbo que había tomado la contienda, se rindieron a los ingleses o bien huyeron del campo de batalla. Enrique, a pesar de saber que la victoria era suya, tenía que hacer honor a su caballerosidad y convocó a los heraldos ingleses y franceses que habían estado observando el desarrollo de la batalla. Los heraldos, a pesar de sus nacionalidades, estaban por encima de lealtades particulares y eran por tanto observadores imparciales. Enrique solicitó formalmente al heraldo de Francia que le dijera de que lado había recaído la victoria.  Este admitió que Dios había concedido la victoria a los ingleses y que por tanto la causa del rey Enrique era justa. Acto seguido el rey preguntó el nombre del castillo que estaba cerca del campo de batalla a lo que le respondieron que se llamaba Agincourt. Desde entonces, esta batalla es conocida como la batalla de Agincourt.

A pesar de la gran victoria de los ingleses, Agincourt fue más un triunfo moral que una gran conquista de territorios y lo que es más, supuso el principio del fin para las aspiraciones inglesas. La temprana muerte del rey inglés y la sucesión de la corona por un niño de corta edad, frustró todo lo conseguido con la batalla y con el tratado de Troyes firmado en 1420. La “milagrosa” aparición de la doncella de Orleans en un momento en que Francia había quedado prácticamente reducida a la mínima expresión, cambió por completo el rumbo de la guerra que al final perdieron los ingleses, pues no pudieron conservar ni una sola de sus posesiones continentales (Calais, la última ciudad francesa que quedó en manos inglesas al finalizar la Guerra de los Cien Años, fue reconquistada por Francisco de Guisa en 1558).

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