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Luis XI, la antítesis del rey medieval del siglo XV

 

Luis XI de Francia era todo menos un rey convencional. No vestía como rey, no pensaba como rey, no sentía por sus nobles y príncipes ese natural afecto con que están dotados los verdaderos reyes. Luis era básicamente lo que posteriormente se conocería como un burgués. Le gustaba rodearse de jornaleros, de gentes que sin duda tenían gran inteligencia pero que carecían del menor relieve social. Disfrutaba de las veladas relajadas en ausencia total de la etiqueta palaciega y solía compartir comidas con comerciantes donde se divertía bromeando con las esposas de los ciudadanos, lanzando agudezas y desahogos, y comiendo y bebiendo copiosamente.

 

Tomaba extranjeros a sus servicio y hasta prefería su compañía a la de los franceses. Rendía grandes honores al “mercenario” duque de Milán Francesco Sforza (en contra de los intereses de la casa de Orleans que reclamaban el ducado de Milán como herencia de Valentina Visconti, esposa de Luis de Orleans y madre de Carlos de Orleans) y manifestaba abiertamente su deseo de conseguir la amistad del conde de Warwick, notorio aventurero al servicio de si mismo y para mayor desgracia inglés.

En lugar de consultar las decisiones de estado con los príncipes, hacía lo que le parecía mejor y pedía consejo solo a un reducido grupo de íntimos. No tenía un gran consejo formado por nobles de alta cuna, obispos, doctores en leyes o cancilleres que se reunían en una gran sala como se supone que era lo que se estilaba en una corte real del siglo XV. El consejo del rey tenía como integrantes a unos pocos allegados que se reunían donde les pillaba más a mano. Podía ser en la habitación del rey cuando se levantaba, o mientras comía o incluso podían reunirse mientras cabalgaban. 

 

Sus traslados en el reino eran imprevisibles y originaban grandes trastornos. Visitaba a los grandes señores sin anunciarse previamente, conducta que era considerada poco caballeresca ya que hería la dignidad de los nobles que no tenían tiempo de preparar sus mejores galas. Esto era sumamente desconsiderado por parte del rey en una época en que la apariencia y el lujo formaban parte muy importante de la vida social de la nobleza y en donde la etiqueta y el protocolo debía cumplirse a todo costa. 

Luis y su séquito viajaban con una lastimosa falta de decoro, sin preocuparse del esplendor que era la esencia fundamental de la realeza. Prefería acampar en los bosques antes que alojarse en las lujosas mansiones y castillos de sus súbditos. Cuando visitaba a los grandes príncipes, solía tener un comportamiento cercano y amable sin preocuparse de respetar el protocolo que su rango le exigía. En una visita a los duques de Borgoña cuando todavía era delfín de Francia Luis, que se encontraba en Bruselas, tuvo noticias de que su tío el duque de Borgoña se acercaba y le envió un mensaje en donde le comunicaba que saldría a su encuentro.

El duque de Borgoña quedó tan sorprendido ante esta incongruencia que despachó un mensaje en el que le comunicaba al delfín que no le infligiese semejante humillación puesto que de persistir en sus deseos, el se vería en la obligación de de huir tan lejos como fuera posible. Fue necesaria también la intervención de la duquesa de Borgoña para aplacar al impulsivo delfín. Finalmente Luis esperó al duque y cuando este llegó, vestido lujosamente con gran cantidad de joyas, desmontó de su caballo y nada más ver a Luis, se arrodilló  haciendo el primero de los tres honores obligatorios que se debía a la dignidad del delfín. Luis, en vez de esperar pacientemente a que terminara las reverencias que el protocolo exigía, se acercó a su tío con los brazos abiertos con intención de abrazarlo. La duquesa escandalizada, le sujetó por un brazo para evitar que se acercara. El duque apresurado, hizo la segunda reverencia pero Luis consiguió zafarse de la duquesa y antes de que Felipe pudiera hacer su tercera reverencia, el delfín cogió a su tío y le estrechó con tanta fuerza que a punto estuvieron los dos de caerse al suelo. La escena que hoy en día nos parecería un poco ridícula, supuso para los duques de Borgoña una autentica humillación y vergüenza.

 

La vida de luis XI se resumía en tres aspectos básicos: trabajar, cazar y viajar por el reino. A veces realizaba las tres cosas al mismo tiempo enfundado en una ropa que le hacía parecer más un mendigo que un rey. No era una persona ostentosa y le interesaba solo lo que era práctico y bien concebido. Solo había un aspecto que le hacía encajar dentro del prototipo de rey medieval: amaba la caza. Luis se sentía particularmente orgulloso de su colección de caballos, perros y pájaros en los que gastaba más dinero que en vestir y ostentar. 

 

Todo este comportamiento que en nuestra época consideraríamos adecuado y correcto, no fue visto así por los príncipes y nobles franceses quienes se rebelaron en contra de este “mal rey”.

 

Luis XI, Paul Murray Kendall, editorial juventud

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