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Los grandes ausentes franceses de Agincourt

En octubre del año 1415, Enrique V, rey de Inglaterra, se encuentra en suelo francés, a dónde ha llegado con un gran ejército con el firme objetivo de reclamar sus derechos a la corona de Francia. Después de muchas vicisitudes (os recomiendo la lectura de los artículos que he ido publicando sobre este tema y que os aclararán los prolegómenos de la batalla), consigue cruzar el río Somme y se dirige con su ejército hacia Calais. Enrique sabe que un magnífico ejército francés se ha congregado muy cerca de él y está dispuesto a luchar. Las tropas inglesas están exhaustas después del duro asedio a la ciudad de Harfleur y de la larga marcha ( mucho más larga de lo esperada) para poder cruzar el Somme. Escasea la comida y la bebida, y la moral de los soldados ha decaído mucho ante el temor del inminente enfrentamiento con las tropas francesas, mucho más numerosas y en mejor estado físico y psíquico que las inglesas. 

 

Carlos VI (rey de Francia), ha convocado a sus súbditos y vasallos a unirse a las tropas que se preparan para defender al país. Todos  acuden prestos a esta llamada, bueno… todos, todos…, no. Juan sin Miedo, el poderoso duque de Borgoña y sus hombres, no habían aparecido hasta el momento en el campo de batalla. En un alarde de suprema hipocresía impropia de un caballero, el Duque envió a Carlos VI una misiva en la que le anunciaba que acudiría a la cita. Por el contrario, no sólo no apareció, sino que se quedó en su feudo de Borgoña acompañado por el emisario secreto de Enrique V, Philip Morgan, con quién había firmado un pacto de no agresión.

Juan sin Miedo esperaba ansioso el resultado de la batalla. Si los ingleses ganaban, él tendría su oportunidad de marchar sobre París y arrancar el poder de las manos de los armagnacs, que en este momento controlaban al Rey loco y al Delfín. Tampoco acudió a la cita Felipe, conde de Charolais, único hijo y heredero de Juan sin Miedo. Las razones de esta ausencia son claras: ningún vasallo del Duque acudiría a la cita pues Juan sin Miedo se lo había prohibido expresamente (ya que había pactado una alianza con los ingleses) y por otro lado, como padre, no estaba dispuesto a exponer en la batalla a su único hijo y heredero. Pero a pesar de la prohibición, su hermano Antonio, duque de Brabante, finalmente si acudió a la batalla en la que luchó como un gran caballero y en la que encontró la muerte.

Para justificar su ausencia, la propaganda borgoñona hizo hincapié en el argumento de que el propio rey había prohibido a Juan sin Miedo acudir a la cita. Esto es cierto, pero esa prohibición solo era aplicable al Duque, no a sus tropas y vasallos que sí debían presentarse.  También el Rey había prohibido a Carlos, duque de Orleans acudir. La finalidad de esta decisión era evitar enfrentamientos personales entre  el líder de los de los armagnacs, Carlos de Orleans y el de los borgoñones, Juan sin Miedo, que se odiaban a muerte. Ambas facciones estaban inmersas en una auténtica guerra civil por controlar el gobierno del país ante la incapacidad y locura del rey Carlos VI. Sin embargo, a diferencia de lo hecho por Juan sin Miedo, el duque de Orleans hizo oídos sordos a la decisión de Carlos VI y acudió con todo su ejército al campo de batalla para luchar por Francia y por su rey.

 

Tampoco acudió el duque de Bretaña que, al igual que el duque de Borgoña, había hecho un pacto de no agresión con los ingleses. Los emisarios ingleses enviados por Enrique V tuvieron más dificultades en conseguir la colaboración del bretón, puesto que éste tenía menos que ganar con el acuerdo que el borgoñón, ya que sus aspiraciones se limitaban exclusivamente a incrementar la autonomía de su ducado respecto del poder del rey (no aspiraba a ostentar el control del rey ni del delfín). No obstante, a pesar del acuerdo, no podía ignorar abiertamente el llamamiento de su señor pues de hacerlo, incurriría en una grave falta de desobediencia que le acarrearía graves problemas. Optó por tanto también por la táctica de la dilación, dando largas antes de responder al llamamiento. Durante catorce días después de la caída de Harfleur, permaneció en su feudo sin movilizar a su ejército. Posteriormente se dirigió a Ruan pero fue tal la demora, que no llegó a tiempo al campo de batalla de Agincourt. Su estrategia fue tal que, sin negar su ayuda a su rey, se aseguró de no estar presente en la batalla con lo que también cumplió con su compromiso con los ingleses.

Otros ausentes fueron Juan, duque de Berry y Luis, duque de Anjou que permanecieron en Ruan. El duque de Berry tenía 75 años y su avanzada edad era excusa suficiente para su ausencia de la batalla. Luis de Anjou no tenía excusa ninguna, pero no parece que se le culpara del mismo modo en que se hizo con los duques de Borgoña y Bretaña. Es posible que ambos se quedaran en Ruan como retaguardia protegiendo al Rey y al Delfín.

Pero entre los más ilustres ausentes de la batalla estaban el rey Carlos VI y el delfín Luis de Guyena. El consejo real que se había reunido en Ruan y que había decidido presentar batalla a los ingleses, tomo además la decisión de que ni el rey ni su hijo mayor estuvieran presentes en la lucha. 

La ausencia del rey loco estaba clara y justificada. Debido a su estado mental, era obvio que su presencia en el campo de batalla sería más perjudicial que su no asistencia. Los franceses preferían no tener un líder que dirigiera la batalla, a tener uno con las facultades mermadas. Pero…, aunque Francia no tenía un rey capaz mentalmente, si tenía un delfín con sus facultades mentales en perfecto estado. 

A pesar de tan distinguidas ausencias, Francia contaba con un numerosísimo ejército descansado y bien pertrechado, pero que tenía un problema sumamente importante, carecía de un líder que lo dirigiese. Este ejército en un principio muy superior, iba a enfrentarse con un enemigo muy inferior en número, cansado, enfermo y falto de armamento pero con una ventaja clave, disponer de un líder capaz, inteligente y muy respetado por todos sus súbditos. El resultado final… ya sabemos cuál fue.

 

Fuente: Juliet Barker, Agincourt, El arte de la estrategia

        Isaac Asimov, La formación de Francia

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