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La princesa de Eboli. Ana de Mendoza y de la Cerda.

 

Ana de Mendoza y de la Cerda, más conocida como la princesa de Eboli, nació en Cifuentes, Guadalajara el 29 de junio de 1540 y falleció en Pastrana el 2 de febrero de 1592.

Ana pertenecía a una de las familias castellanas más importantes y poderosas de la época: los Mendoza. Fue la única hija del matrimonio formado por Diego Hurtado de Mendoza y María Catalina de Silva y Toledo. Parece ser que no tuvo una infancia muy dichosa ya que esta se vio empañada por las continuas disputas entre sus progenitores debido al carácter mujeriego de su padre.

A la temprana edad de doce años, Ana se casa con Ruy Gómez de Silva por mediación de Felipe II. Ruy Gómez de Silva era hijo de Francisco da Silva y María de Noronha, señores de Ulme y de Chamusca, localidad donde nació Ruy en 1516. Por su calidad de segundón acompañó a su abuelo Rui Teles de Menezes, en 1526, en el traslado a Castilla de la corte de Isabel de Portugal, entrando como paje al servicio de la Emperatriz. El nacimiento del príncipe Felipe en 1527 motivará la cercanía de Ruy al pequeño Felipe, al ser nombrado su paje tras la muerte de la Emperatriz Isabel. Fue su compañero habitual de juegos, lo que le uniría en una estrecha amistad durante toda su vida. En 1548, cuando Felipe tuvo casa propia, Ruy es nombrado uno de los cinco gentiles hombres de cámara del príncipe, lo que indica el inicio de su carrera política. 

 

Como la novia era aún muy joven, hubo que esperar unos años hasta que el matrimonio se pudo consumar. Una vez celebrada la ceremonia final,  Ruy partió hacia Inglaterra acompañando a Felipe en su matrimonio con María de Inglaterra dejando sola a Ana.

 

Ana fue considerada siempre como una de las mujeres con más talento de su época a la vez que una de las damas más hermosas de la corte española. Todo ello a pesar de no tener más que un ojo y lucir habitualmente un parche que tapaba su ojo dañado. Entre todas las teorías que han ido surgiendo sobre la forma en la que Ana perdió su ojo, la más plausible y comúnmente aceptada es que fue resultado de un accidente durante su infancia, cuando practicaba esgrima con un paje de su casa. Este defecto físico parece que no quitó un ápice de belleza a su rostro. Además de bella, Ana era altiva y dominante fruto fundamentalmente de su elevada posición social y además desarrolló una gran afición al lujo y las joyas. Tuvo diez hijos con su esposo. 

 

Una vez que la influencia del príncipe de Eboli decayó en la corte de Felipe II en favor de su rival el duque de Alba, Ruy y Ana se retiraron a sus posesiones de Pastrana que este había adquirido. Felipe, siempre agradecido con Ruy, le había nombrado Príncipe de Eboli y duque de Pastrana título que conllevaba Grandeza de España. 

Mientras residieron en Pastrana, la gestión realizada por los príncipes y duques fue muy positiva para la localidad. Se introdujeron nuevos cultivos y se trasladó a los moriscos que habían sido expulsados de Granada para que iniciaran una floreciente industria. Por deseo de Ana, se inició la fundación de varios conventos, uno de ellos de la orden de las Carmelitas de Santa Teresa de Jesús. Sus continuas intromisiones en el proceso de fundación ocasionaron fuertes conflictos con las monjas del convento y con Santa Teresa. Mientras su marido estuvo vivo, este medió en las disputas con Santa Teresa apaciguando los ánimos , pero una vez fallecido, el asunto se descontroló.

El mismo día del fallecimiento de Ruy, Ana quiso ingresar en el monasterio y profesar como monja. Convenció a sus dos criadas para que la acompañaran y también profesaran como religiosas. Santa Teresa, muy a regañadientes pues su relación con Ana era muy complicada, le habilitó una celda austera. Ana como era de esperar, se cansó muy pronto de tanta austeridad y se mudó a una casa retirada en el huerto. Allí mando abrir una puerta directa a la calle para poder entrar y salir y habilitó grandes armarios para su vestuario  y joyas. Santa Teresa, bastante molesta por la actitud de Ana, mandó desalojar el convento de monjas dejando a la princesa sola. El asunto causó tal revuelo que llegó a los oídos de Felipe II quien disgustado, mandó a Ana abandonar el convento y volver a su casa para dedicarse al cuidado de sus hijos. Ana muy enfadada, publicó una biografía tergiversada de Santa Teresa de Jesús que produjo gran escándalo y que fue prohibida durante mucho tiempo.

 

Debido a la alta posición de Ana, esta mantuvo una relación muy cercana con el príncipe Felipe, futuro rey Felipe II, lo que hizo que algunos la consideraran la amante del rey, sobre todo durante la época en la que este estuvo casado con Isabel de Valois, ya que ambas mujeres se hicieron muy amigas hasta el punto de que habitualmente salían a pasear juntas. No hay pruebas de que esto fuera así, es más, el afecto que Felipe sentía por ella era un reflejo de su gran amistad y cariño por Ruy Gómez de Silva, su esposo.

 

Una vez expulsada del convento y ante la necesidad de moverse dentro de los círculos de poder e influencia de la época para mantener sus posesiones y su herencia,  Ana decide volver a la corte que en esos momentos está establecida en Madrid. 

Felipe no aprueba en absoluto esta decisión. Ana trata de encontrar un buen aliado para su causa personal y lo encuentra en la figura de Antonio Pérez, secretario del rey Felipe II. Antonio y Ana se convierten así en amantes. Por parte de Ana no se tiene claro si su relación fue por amor, por intereses políticos o por buscar el apoyo que le faltaba desde la muerte de su esposo. Por parte de Antonio el tema estaba más claro. Era secretario personal del rey lo que le convertía en la persona más influyente del reino. Era el único que tenía acceso al correo personal del rey y por tanto conocía de primera mano todos los asuntos políticos antes incluso que el influyente duque de Alba. Antonio tenía por tanto todo lo que un hombre de su nivel podía llegar a alcanzar en la corte. Podemos entonces suponer que claramente se vio seducido por los encantos personales de Ana y sucumbió ante ellos, aunque su relación también le proporcionó un mejor acceso a  la aristocracia.

Estas relaciones fueron descubiertas por Juan de Escobedo, secretario de Don Juan de Austria, hijo natural de Carlos I y hermanastro de Felipe II. Antonio Pérez, temeroso de que su relación saliera a la luz, acusó a Escobedo ante el rey de graves manejos políticos. Básicamente le acusó de ser el instigador de la posición que Don Juan de Austria mantenía en relación al tema de los países bajos y de la invasión de Inglaterra haciendo que esta pareciera subversiva. Poco después de la acusación, Escobedo apareció muerto. Sin embargo, esta trama no es tan sencilla como puede aparentar. No está claro que el motivo por el cuál Escobedo fue asesinado haya sido sólo el tratar de destapar un lío amoroso del secretario Antonio Pérez. Parece más que probable que el motivo de todo el asunto fueran las intrigas que Ana y Antonio estaban desarrollando en favor de la familia Braganza, en relación a la sucesión al trono vacante de la corona de Portugal y en contra de la reclamación Felipe II, y sus acciones en contra de Don Juan de Austria y su intento de casarse con María Estuardo.

En un principio, se ha mantenido que Felipe II tuvo conocimiento y por tanto estuvo de acuerdo con el asesinato de Escobedo y que posteriormente, trató de proteger a su secretario ante los continuos rumores de su participación en el hecho. Sólo después de la muerte de Don Juan de Austria, cuando sus documentos privados llegaron a Madrid, Felipe descubrió el engaño de su secretario. Algunos historiadores defienden que Felipe en ningún momento fue partícipe del asesinato de Escobedo y que ni tan siquiera sabía de ello. Fuera como fuese, un año después del acontecimiento, Felipe ordena el encarcelamiento tanto de Antonio como de Ana, pues ya conocía que entre ellos existía una relación.

Ana fue encerrada primero en el Torreón de Pinto, luego en la fortaleza de Santorcaz y finalmente en su palacio ducal de Pastrana. Su cautiverio se recrudeció a raíz de la fuga de Antonio Perez a Aragón hasta tal punto que sólo podía salir una vez al día,  una hora al balcón a que le diera el sol. Resulta sorprendente la dureza con que Felipe trató a Ana cuando habían sido tan cercanos. 

Ana vivió encerrada en el palacio de Pastrana hasta su muerte. Mientras estuvo allí, la atendió y cuidó su hija menor, Ana de Silva quien después de la muerte de su madre profesó como monja. Felipe, a pesar de su dureza con Ana, siempre se preocupó por el destino y la suerte de los hijos que ella tuvo con Ruy Gómez de Silav.

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