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Giovanni delle Bande Nere el último gran Condottiero

 

Por las venas de Giovanni de Medicis corría sangre de la familia que rigió los destinos de Florencia durante el Renacimiento y cuyos miembros, entre los que hubo nada menos que cuatro papas,  destacaron por ser grandes mecenas de artistas y científicos. Pero sin embargo, en cuanto a su herencia y educación, fue mucho más importante la aportación de su madre, la bella y apasionada condesa de Forlí, que durante todo su agitada vida hizo gala y honor a su apellido al más puro estilo familiar.

Catalina, que así se llamaba la condesa, pertenecía a una de las dinastías italianas de condotieros más famosas por su coraje y que más éxitos consiguieron en su carrera militar: los Sforza. Fue esta herencia la que predominaría en su hijo Giovanni que se convirtió en el último gran condotiero de Italia.

Catalina se casó tres veces, primero con el conde Girolamo Ricario hijo del papa Sixto IV. Tras el asesinato de este, con el hijo del gobernador de Forlí, y finalmente, tras la muerte de su segundo marido, con Giovanni de Medicis.  Fruto de este último matrimonio fue el nacimiento de su hijo Giovanni que sería conocido como el último gran condotiero y cuyo hijo, Cosme de Medicis, llegaría a ser duque de Florencia  y de la Toscana.

A los cuatro años de edad, muere el padre de Giovanni quedando su madre Catalina por tercera vez viuda. En ese momento, el sillón papal está ocupado por Rodrigo de Borgia, el papa Alejandro VI. Uno de sus hijos, Cesar Borgia, abandona la carrera eclesiástica por la que no se siente muy atraído y es nombrado duque de la Romana por su padre. Su primera tarea consiste en someter a las ciudades que formaban parte de esta región (que anteriormente estaban bajo la autoridad del Papa) pero que en esos momentos eran prácticamente independientes, para ponerlas todas bajo su mando como duque. Entre estas ciudades se encuentra Forlí cuya condesa es Catalina Sforza. Esta, lejos de amedrentarse ante tan magnífico enemigo, organiza la defensa de la ciudad y desafía a Cesar Borgia al más puro estilo Sforza. Su heroica resistencia fracasó y Catalina terminó prisionera en el castillo de San Angelo en Roma, no sin antes haber puesto a salvo a su hijo Giovanni.

Una vez liberada de su cautiverio en el que sufrió continuos malos tratos, Catalina se reunió con su hijo. Los años que siguieron fueron difíciles e inciertos para madre e hijo que tuvieron que llegar incluso a refugiarse en un convento para escapar de la familia paterna. Las múltiples vicisitudes que el pequeño Giovanni tuvo que sufrir en su infancia fueron forjando su fuerte carácter del que posteriormente haría gala.

Catalina estaba orgullosa de comprobar como el niño, a medida que crecía, se iba convirtiendo en un auténtico Sforza, apasionado por las armas y los caballos, y no en un Médicis, sumergido en cuentas y libros de bancos. Giovanni tenía un fuerte temperamento que le hacía testarudo e intratable en algunas ocasiones, pero aún así era generoso y afectuoso (sobre todo con su madre a la que adoraba). Ella sacrificaba todo cuanto tenía para darle los mejores preceptores ya que en esa época no poseía grandes cantidades de dinero. Estaba absolutamente convencida de que su hijo sería alguien importante y no dudada en proporcionarle la mejor educación a su alcance.

A la edad de once años muere Catalina. Designó como tutores del niño a Jacopo Salviati y su mujer Lucrecia. Salviati pertenecía una de las familias más influyentes de Florencia siendo el padre de su esposa Lucrecia el propio Lorenzo el Magnífico. 

Durante esta época, Florencia se encontraba bajo el gobierno republicano que surgió después de la expulsión de la familia Médicis como resultado de la predicación del monje  Savonarola. El papa Julio II apoyó la restauración de los Médicis y después de una ardua lucha, Giuliano, hijo de Lorenzo el magnífico, hizo su entrada triunfal en la ciudad restaurando el poder de los Médicis.

Giovanni crecía cada vez más obsesionado con el arte militar hasta el punto que en una disputa, hirió a su contrincante lo que le valió la expulsión temporal de Florencia como castigo. Cuando regresó a la ciudad, era ya un joven de dieciséis años que inmediatamente participó en los torneos que se celebraban en la ciudad destacándose por su bravura y valentía. De aspecto agradable, había heredado los rasgos suaves de su madre siendo de estatura superior a la media y bastante musculoso.

Con diecisiete años, el papa León X (Juan de Médicis) lo llama a Roma. León X había establecido en Roma una corte a imagen y semejanza de la Florencia de los Médicis, llena de músicos, artistas y escritores. Giovanni no se sitió muy atraído por este ambiente ya que lo que el quería era un puesto de importancia en el ejército. No tuvo que esperar mucho ya que el papa le concedió el mando de un contingente para atacar la ciudad de Urbino que estaba bajo el poder de Francesco María della Rovere, sobrino del anterior papa Julio II. Muerto Julio II, el nuevo papa León X comenzó a despojar de sus  posesiones a los familiares del antiguo papa entregándoselas a sus propios familiares, como venía siendo habitual en la Italia del Renacimiento cada vez que había un cambio de papa y por tanto un cambio en la familia que dominaba Roma.

El aspecto moral de la contienda no preocupaba en absoluto a Giovanni que estaba más interesado en el mando militar que en lo justo o injusto de la misión que se le asignaba. Su labor fue tan exitosa que le hizo acreedor de un mando mucho más importante.

A los dieciocho años se casa con María Salviati, hija de sus tutores con la que había convivido desde que su madre murió. María era una mujer muy madura de gran personalidad. Desgraciadamente, Giovanni se encontraba totalmente inmerso en su tarea militar por lo que pasaba muy poco tiempo al lado de su joven esposa. Tal era la dedicación a las armas que ni siquiera tuvo tiempo para buscar casa propia, teniendo los esposos que residir en la casa paterna de María.

Con veintiún años tuvo su primer hijo, un varón al que pusieron el nombre de Cosme y que se convertiría en el primer gran duque de la Toscana. Cuenta la historia que un día, al entrar Giovanni en el patio del palacio Salviati, vio a su mujer María con su hijo en brazos mirar por la ventana. Se empeñó en que María le lanzara al niño. Su intención era hacerlo superar el miedo desde niño y convertirlo así en un joven valiente. Después de varios ruegos María obedeció y tiró al niño que afortunadamente cayó en los brazos de su padre. Con el tiempo se pudo observar que los resultados de la traumática experiencia de Cosme no habían sido los deseados por su padre. Cosme jamás sobresalió por su valor ni coraje personal y jamás arriesgó su vida en el campo de batalla estando siempre rodeado de numerosos guardaespaldas para su protección. En vez de aprender  a triunfar sobre el miedo y las adversidades, la experiencia lo convirtió en una persona desconfiada hacia todo el mundo incluyendo su madre.

 

En ese tiempo, los franceses se habían apoderado de Milán. El Papa llegó a un acuerdo con el emperador Carlos V para expulsar a estos de Milán y restaurar así la dinastía de los Sforza. Giovanni recibió el mando de un ejército pontificio bajo la órdenes de un general de cierta edad, prudente y conservador llamado Prospero Colonna. La relación entre estos polos opuestos fue muy difícil triunfando al final el espíritu impetuoso de Giovanni. Los triunfos obtenidos por este ante los franceses fueron muy del agrado del papa pero no le reportaron el tan ansiado ascenso. León X murió durante las celebraciones de la victoria y Giovanni ordenó a sus soldados llevar unas bandas negras en señal de luto por el Papa por lo que a partir de ese momento fue conocido como Giovanni del Bande Nere.

La suerte de Giovanni en Roma cambió con los sucesivos papas. El flamenco Adriano VI se desinteresó totalmente por los asuntos de Italia y murió precipitadamente a los dos años de ascender al solio pontificio. Su sucesor, Clemente VII (Julio de Médicis) no sentía la menor simpatía por Giovanni a pesar de ser pariente cercano. Era este cercano parentesco lo que realmente incomodaba a Clemente que prefería verse libre de tan cercana influencia.

Giovanni paso unos años inactivo pero mantuvo a su gran ejército a costa de su propio peculio. Era el ídolo de sus soldados que le profesaban gran devoción y lealtad. En la medida en que tuvieran un mínimo con que sustentarse, ninguno abandonaría a su capitán.

A veces hacía breves visitas a su esposa María pero nunca permanecía mucho tiempo fuera de su cuartel general. En el recibía todo tipo de visitantes pues su reputación se había propagado muy rápidamente. Uno de sus huéspedes favorito era Pietro Aretino, un escritor cuya publicación de una serie de sonetos satíricos y obscenos había levantado gran revuelo. Aretino disfrutaba llevando una vida licenciosa y disoluta que también era muy del agrado del propio Giovanni por lo que rápidamente se hicieron amigos.

El período de inactividad terminó cuando Francisco I de Francia envió de nuevo sus tropas a Italia. Giovani se puso otra vez al servicio del papa contra los franceses con notable éxito. Francisco, descontento con los resultados de su ejército, decidió ponerse el mismo al mando de sus tropas y ocupo rápidamente Milán (herencia que reclamaban los reyes franceses desde que Valentina Visconti se casará con Luis de Orleans).  Ante tal resultado, el papa Clemente cambió de bando y se alió con los franceses en contra del emperador. Giovanni pasó así de combatir a Francisco a ser ahora su capitán y aliado pero como condotiero y soldado mercenario, estaba acostumbrado a estos cambios repentinos y a servir al mejor postor.

Giovanni fue recibido con grandes honores por Francisco quien le otorgó un lugar preferente en sus consejos. Giovanni por su parte, le presentó a su fiel amigo Aretino con el que Francisco quedó encantado, ya que él también disfrutaba de la literatura y el libertinaje (como dice el dicho “dios los cría y ellos solos se juntan”).

Giovanni es herido en una pierna en el transcurso de un reconocimiento a la ciudad de Pavía que estaba defendida por tropas imperiales y que el rey Francisco quería atacar. Gracias a la generosidad de los generales del emperador, es atendido por un médico judío que consigue salvarle la vida. Mientras está fuera de combate, Francisco fracasa en Pavía y es hecho prisionero por el emperador Carlos quien lo lleva a España para negociar un rescate.

Nada más ser puesto en libertad, Francisco incumple su promesa de no luchar contra el emperador y organiza un nuevo ejército para atacar Italia. El papa Clemente, quien deseaba a toda costa evitar la dominación española en Italia, también arma su propio ejército pero sigue sin confiar en Giovanni y entrega el mando de sus tropas a Francesco del Rovere, duque de Urbino a quién años antes Giovanni había expulsado de sus tierras. A pesar de que Giovanni contaba con importantes tropas bajo su mando, sus decisiones quedaban siempre subordinadas a su superior jerárquico, el duque de Urbino. Pronto quedó manifiesta la inferioridad de Francesco frente a su oponente en el bando imperial, el contestable de Borbón, un noble francés que, renegando de su rey, prestaba sus servicios al Emperador.

De nuevo una bala hería gravemente la pierna de Giovanni durante los combates. Fue trasladado a Mantua donde quedó al cuidado del mismo médico que le tratara anteriormente. Pero esta vez la herida era mucho más grave. La única solución posible pasaba por amputarle la pierna. En una época en la que no existían la anestesia y los antisépticos, una operación de este calibre era sumamente peligrosa al mismo tiempo que extremadamente dolorosa. Giovanni, como buen guerrero, temía más a dejarse dominar por la debilidad que al dolor de la propia amputación. No consintió que le sujetaran mientras le amputaban la pierna y se empeñó el mismo en sostener una vela que diera luz al cirujano mientras se desarrollaba la operación.

A pesar de que sobrevivió a la cirujía, la gangrena hizo su aparición y siendo consciente de su pronto final, hizo su testamento y envió un mensaje de adiós a su esposa María. Aretino, su gran amigo, estuvo siempre a su lado narrando sus últimas horas y procurando distraerlo para hacerle olvidar el dolor. 

Giovanni murió y fue enterrado en Mantua revestido de la armadura negra que solía llevar en los combates. Su muerte supuso el final de la figura del condotiero tal y como hasta entonces se había conocido. 

Mientras tanto, las tropas imperiales habían llegado hasta Roma que fue sometida a un brutal saqueo. Según la opinión de muchos, si Giovanni no hubiera fallecido, nunca habría permitido a las tropas imperiales acercarse a Roma y mucho menos saquearla. Pero aunque esto hubiera sido verdad, la era del condotiero había llegado irremediablemente a su fin. La figura del capitán mercenario al mando de un ejército de hombres de armas relativamente pequeño, perfectamente adiestrados y al servicio de las distintas ciudades estado ya no se correspondía con las necesidades de la época. Las características de la guerra y la situación política de la península habían cambiado radicalmente. A partir de este momento, las batallas ya no se libraban cuerpo a cuerpo ni el comportamiento en el campo de batalla se regía por las reglas de la caballería medieval en las que el objetivo fundamental no era matar al adversario, sino pedir por el un rescate. La nueva guerra se basaba en las armas de artillería de largo alcance que podían matar a los contrincantes desde lejos. Por otro lado Italia no volvería a ser la amalgama de ciudades estado que luchaban entre sí y que caracterizó la época de los condotieros. A partir de ahora las guerras en Italia iban a desarrollarse a mayor escala y a ser dirigidas por invasores extranjeros que se esforzaban en conseguir una victoria total. 

 

 

Fuente:     “Los condotieros soldados de fortuna” Geoffrey Trease

    Wikipedia

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