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Henriette

d’Entragues

 

Si hemos de buscar al rey más mujeriego que ha tenido la monarquía francesa ese es sin duda Enrique IV de Francia, el primer Borbón en acceder al trono de la flor de lis. La lista de sus amantes es interminable y contiene al menos 26 nombres de mujeres, amen de muchas otras cuyos datos no han trascendido. Tuvo en total catorce hijos, seis con su esposa legítima y el resto con sus amantes. Era tal la situación de la corte de Francia en esa época, que un día el embajador florentino exclamó horrorizado que aquello parecía un prostíbulo.

 

Una de las amantes más importantes fue sin duda Gabrielle d’Estrées. La influencia que Gabrielle ejercía sobre el monarca francés fue tan grande que a punto estuvo de convertirse en reina de Francia. Su prematura muerte en circunstancias algo extrañas la alejó de su más preciado sueño.

Enrique IV sufrió mucho con la muerte de Gabrielle aunque no le duró mucho tiempo. Su naturaleza mujeriega le llevó a conseguir rápidamente nuevas amantes que poco poco fueron llenando el vacío que la favorita había dejado en su corazón. La corte estaba tranquila pues se habían reanudado las conversaciones para conseguir a Enrique un matrimonio a la altura de su dignidad real, que le permitiera engendrar un heredero legítimo para el trono de Francia. Pero la felicidad fue efímera; en menos de tres meses Enrique volvió a enamorarse locamente de una muchacha de veinte años, su nombre: Henriette d’Entragues. 

En la corte del rey francés era sobradamente conocido que cuando el rey se encaprichaba de una mujer, esta podía conseguir cualquier cosa que se propusiera para sí y para su familia. Baste el ejemplo de Grabielle d’Estrées que siempre fue tratada como una reina y que a punto estuvo de serlo de verdad.  Esto lo sabían y muy bien los padres de Henriette, Francisco de Balzac d’Entragues y su esposa Marie. Ambos eran conscientes de que su hija Henriette era extremadamente bella y que convenientemente aleccionada, despertaría la pasión del rey Enrique que sucumbiría a sus encantos convirtiéndola en su favorita y por que no, en la reina de Francia. 

Dicho y hecho, en cuanto Enrique llegó a la residencia de los Entragues, Henriette, tan astuta e intrigante como sus padres comenzó la función que habían preparado. Esta consistía en coquetear al rey que rápidamente cayó en sus redes pero sin ceder a sus deseos amorosos para hacerse más interesante.

La estrategia dio un resultado inmediato pues el rey quedó locamente enamorado de Henriette. Ante la negativa de esta a brindarle sus favores, Enrique superó su normal tacañería y ofreció una elevada suma de dinero a sus padres que aceptaron gustosamente. A pesar de haber pagado mucho dinero, Henriette se hacía de rogar por lo que Enrique le regaló la casa de campo de Verneuil que elevó a marquesado por lo que esta pasó a ser la marquesa de Verneuil.

Sin embargo todo esto no era suficiente para la ambiciosa Henriette, ella quería algo más que dinero, quería poder. Le exigió entonces a Enrique una promesa de matrimonio redactada por escrito. Sorprendentemente la consiguió sin casi esfuerzo. Enrique cegado de amor y de deseo, no dudó en redactar una carta y entregársela al padre de Henriette en la que se comprometía a casarse con ella si en el plazo de seis meses contados desde la fecha del escrito, Henriette se quedaba embarazada y daba a luz a un hijo varón.

 

Los consejeros del rey no daban crédito a sus ojos cuando este les enseñó la carta y trataron por todos los medios de disuadirle sin ningún éxito. El Papa acababa de conceder la anulación del matrimonio de Enrique con Margarita de Valois y las negociaciones con Florencia para su matrimonio con María de Medici estaban muy avanzadas. Además a Francia, y a Enrique por tanto, les convenía este matrimonio puesto que las arcas del estado estaban muy vacías y el contrato matrimonial con la florentina implicaba una cuantiosísima dote que solucionaría los problemas enconómicos de Enrique.

Finalmente el contrato fue firmado y la novia partió con destino a  Francia para desposarse con su rey. Enrique se vio así metido en un tremendo lío pues también había dado promesa a Henriette de casarse con ella, pero en este caso sólo si quedaba embarazada y daba a luz un varón. Cabía la fortuna de que este hecho no se produjera pero como casi siempre la ley de Murphy se cumple, este caso no iba a ser menos y, mientras María navegaba a Francia, Henriette le comunica a Enrique que está embarazada. Nos podemos imaginar la cara de Enrique cuando se enteró de la noticia. Este conocía perfectamente el temperamento fuerte y despótico de su favorita por lo que evitó contarle nada del asunto matrimonial hasta que ya no pudo retrasarlo más. Henriette se sentía ya reina de Francia y por tanto cuando Enrique le contó su compromiso con la princesa florentina, su enfado fue apoteósico. Henriette estaba enfurecida; no iba a permitir ni por asomo que una “gorda hija de banqueros” (como denominaba a María de Medici) le arrebatase el trono de Francia, pues estaba absolutamente convencida que el fruto de su vientre iba a ser un varón y que por tanto Enrique tendría que casarse con ella tal y como lo había puesto por escrito.

Enrique no sabía que hacer, su vida amorosa se complicaba por momentos. Por motivos políticos no podía renunciar al matrimonio con María y tampoco estaba dispuesto a olvidar a la mujer de la que estaba locamente enamorado. Por fortuna para Enrique, el destino volvió a jugar otra vez a su favor (como en el caso de Gabrielle d’Estrées). Una noche de tormenta, un relámpago cayó en la alcoba de la amante del rey y como consecuencia del susto, Henriette tuvo un parto prematuro y la criatura nació muerta, era un niño.

El golpe emocional para Henriette fue tremendo pues se desvanecía su oportunidad de convertirse en reina de Francia. A partir de este momento, ya nada impedía el matrimonio de Enrique con María de Medici pues el contrato que Henriette tenía quedaba sin efecto.

La primera impresión del monarca cuando por fin pudo ver a su futura esposa no fue muy positiva.  María no era precisamente una belleza. Las fuentes de la época se hacen eco de que era bastante corpulenta y de que “su ingenio e intelecto estaban a la misma altura casi que su belleza”. Sin embargo, esto no fue impedimento para que el rey cumpliese con sus deberes conyugales y la reina quedase pronto embarazada. Sin embargo Enrique se cansó pronto de su esposa y corrió a los brazos de su amante de nuevo. Como consecuencia de esto, Henriette también volvió a quedar de nuevo embarazada.

A partir de este momento, la situación doméstica de Enrique fue un auténtico drama digno de cualquier culebrón de televisión.

Cuando la reina hace su entrada en París, Enrique tiene el poco tacto de presentarle abiertamente a su favorita. Henriette, sumamente orgullosa y altanera, no quiso hacer una reverencia a su señora por lo que Enrique tuvo que obligarla presionándole con fuerza los hombros.  María comprendió al instante que en Henriette tenía a su mayor enemiga y que contra sus armas tenía poco o nada que hacer. La marquesa de Verneuil era muy consciente de su ascendiente sobre el rey (que era casi siempre incapaz de negarle nada) y lo utilizaba siempre para su beneficio personal. Enrique hubiera deseado una convivencia feliz de los tres pero ni María ni Henriette estaban por la labor. Una era extremadamente orgullosa y celosa y la otra soberbia e intrigante con un único objetivo en su mente; llegar a ser la reina de Francia.

Como consecuencia de esta situación los días en la corte transcurrían llenos de enfrentamientos entre ellas que habitualmente acudían al rey con quejas, lloros y reproches. Mientras que Enrique perdonaba todo a Henriette, María era continuamente reprochada y amonestada por su comportamiento.

La cosa se complicó cuando las damas, que recordemos estaban embarazadas, dieron a luz con semanas de diferencia. La reina trajo al mundo al delfín Luis y la favorita  tuvo a Gaston-Henri, un varón.

A partir de entonces, Henriette volvió a reclamar su promesa de matrimonio (aunque ya no era válida) , y comenzó a afirmar que ella era la legítima esposa de Enrique y que María era tan solo una concubina por lo que su hijo Luis era bastardo. No es de extrañar que  ante tales afirmaciones, María desarrollara un odio atroz hacia la favorita y que tratara de librarse de ella como fuera. Pero cada vez que iba a Enrique a quejarse, no conseguía más que reproches para ella y regalos para Henriette. 

La situación se complicó aún más si cabe cuando las dos mujeres volvieron a quedar embarazadas al mismo tiempo y dieron a luz a sendas niñas. Los delirios de grandeza de Henriette cada vez se hacían más grandes. No contenta con engañar al rey con su amante el conde de Soisson, cada día era mas desvergonzada y exigente. Consiguió que Enrique le cediera la herencia de su hermana Catalina que había fallecido y no solo no le mostró ninguna gratitud sino que le pagó participando en una conjura contra el Estado. Cuando la trama fue descubierta y Henriette fue interrogada por el rey, esta negó toda participación sumamente indignada y Enrique decidió perdonarla.  Finalmente quedó totalmente demostrado su participación en la conjura y Enrique no tuvo más remedio que arrestarla en su domicilio. La reina María, indignada por el comportamiento de la favorita y su familia, obligó a Enrique a condenarlos por sus crímenes contra el Estado, pero a los cuatro días del juicio, el rey les otorgó el indulto.

Henriette volvió a usar sus armas de seducción con el rey y consiguió que fuera readmitida en la corte pero cuando llegó pudo comprobar tristemente para ella que el rey tenía dos nuevas amantes que con el tiempo también le dieron hijos. Enrique fue así perdiendo interés en su favorita hasta que finalmente abrió los ojos y reconoció su verdadero carácter.

A finales de 1608 terminó definitivamente la relación entre Enrique y Henriette y esta se trasladó a su castillo de Verneuil donde llevó una vida disipada con múltiples amantes y excesos, que la llevaron a engordar y perder sus atractivos.

El 14 de mayo de 1610, Enrique IV fue asesinado por un demente llamado Ravaillac y María se convirtió así en la regente de su hijo Luis XIII. Sorprendentemente, Henriette volvió a la corte y María la trato con gran benevolencia. No sólo a ella, María siempre manifestó gran afecto por los hijos de Henriette pues eran muy tranquilos y dóciles. No fue así con los de Gabrielle d’Estréss. Estos, a diferencia de su madre que era de muy buen carácter, eran soberbios y rebeldes y sus maquinaciones y revueltas amargaron la regencia de María.

 

 

 

 

Fuente: Las amantes de los reyes de Francia. Helga Thoma

    Wikipedia

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