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Sigismondo Malatesta, el condotiero con peor reputación del Renacimiento

Sigismondo Malatesta fue desde los trece años Señor de Rímini. Su familia ostentaba el poder de la región desde hacía más de un siglo y su apodo Malatesta “mala cabeza”, le cuadraba a la perfección.

 

Sigismondo nació en Brescia el 19 de junio de 1417 y era hijo natural de Pandolfo Malatesta. Pandolfo, se había apoderado de esta ciudad a la muerte de Gian Galeazzo Sforza, duque de Milán, como forma de abrirse camino en el mundo, ya que Rímini estaba en manos de su hermano Carlo Malatesta, otro famoso condotiero de la época.

 

Su dominio sobre Brescia no duró mucho y Pandolfo y su hijo fueron expulsados de la ciudad teniendo que refugiarse en Fano, otra de las ciudades en poder de la familia Malatesta. Allí murió Pandolfo cuando Sigismondo no contaba con más de diez años de edad. Sigismondo y sus dos hermanos fueron acogidos en Rímini por su tío Carlo, que ya se encontraba mayor, y que además no contaba con descendencia propia. 

Posiblemente, Sigismondo hubiera podido llegar a ser un personaje más estable y centrado si su tío hubiera vivido más tiempo, pues Carlo era uno de los miembros más respetados de la familia Malatesta. Su ejemplo e influencia podrían haber centrado un poco el carácter de Sigismondo aunque su naturaleza violenta venía ya manifestándose desde que era pequeño.

 

A los dos años de llegar a la ciudad, Carlo muere y el poder pasa a manos de Galeotto, el mayor de los tres sobrinos ilegítimos de Carlo y medio hermano de Sigismondo. Galeotto era un personaje extraño, poseído por una especie de pasión religiosa. Ingresó en la orden Terciaria de San Francisco y dedicó todo su tiempo a ayunar y visitar enfermos. En una época de tantas luchas y rivalidades, este no era el tipo de dirigente que una ciudad necesitaba, así que, cuando Rímini se vio asediada por otra rama de la familia Malatesta asentada en Pésaro, fue necesaria la intervención de un Sigismondo que contaba tan solo con trece años de edad para salvar la ciudad. Este, aprovechando un descuido de los sitiadores, salió por la noche con un pequeño ejército con el que derrotó a los invasores.

Aun así, Galeotto se mantuvo durante dos años más en el poder dedicándose a rezar y a velar por los enfermos. Finalmente, y para beneficio de Sigismondo que se ahorró la tarea de tener que eliminar a su medio hermano, Galeotto murió de hambre en  medio de uno de sus ayunos piadosos. El poder pasó entonces a manos de Sigismondo.

 

La primera acción de Sigismondo al llegar al poder fue atacar la ciudad de Pésaro para expulsar a su pariente Malatesta y poder afirmarse él como único señor de la región. Fue entonces cuando legitimado ya como señor de Rímini por el Papa, fue nombrado caballero a los dieciséis años por el  Emperador Segismundo.

A los diecisiete años contrajo matrimonio con Ginevra d’Este hija del Marqués de Ferrara. Con ella tuvo un hijo que murió al poco de nacer y seguidamente fallecería la propia Ginevra. Aunque en un principio no corrieron rumores, posteriormente se afirmaría que Sigismondo la había envenenado. Poco después volvió a contraer matrimonio con Polissena Sforza, una de las cinco hijas que Francesco Sforza, duque de Milán, había tenido con su amante favorita Colombina. 

 

 

A parte de su actividad como Señor de Rímini, Sigismondo dedicaba gran parte de su tiempo a luchar como condotiero al lado siempre del mejor postor, como vía para la obtención de ingresos con los que poder mantenerse. Por esta época, estaba al servicio de su suegro Francesco Sforza pero su relación se deterioró a raíz de la muerte de su esposa Polissena.

La causa de este enfrentamiento fue el descuido y la indiferencia manifiesta de Sigismondo hacia Polissena, pues casi desde el comienzo de su matrimonio, estaba locamente enamorado de Isotta degli Atti, una bella mujer de Rímini que contaba tan solo con doce años de edad cuando Sigismondo la conoció. A los trece años, ya había dado a luz a su primer hijo y la notoria preferencia de Sigismondo hacia su amante, humillaba continuamente a su mujer. Era tal su enamoramiento que comenzó a diseñar una fastuosa tumba para cuando Isotta falleciera, pero fue su esposa Polissena la primera en morir. Esto dio lugar a que aparecieran diversos rumores sobre las circunstancias de la muerte de Polissena. Incluso su propio padre, Francesco Sforza, en una carta dirigida al Papa, pone de manifiesto su convicción de que su hija había sido estrangulada por su esposo. Entonces Sigismondo, para intentar defenderse de las acusaciones de su suegro, hace llamar a un monje al que obliga a jurar que había recibido confesión de adulterio por parte de Polissena. El monje rehusa cometer perjurio y es encarcelado por Sigismondo. 

La muerte de Polissena, que todos en esa época atribuían al propio Sigismondo, no supuso sin embargo una “liberación” para él, pues al contrario de lo que se esperaría que hubiera hecho al verse libre de su matrimonio, Sigismondo no se caso con su amante. Además, mantenía relaciones habituales con otras mujeres ya que para él, la fidelidad física no era algo que valorase. Pasaron muchos años y muchos reclamos por parte de Isotta para que Sigismondo accediera a casarse con ella. Finalmente esta boda se llevó a cabo con tal discreción, que algunos autores incluso niegan que finalmente se produjera.

Esto da muestras del carácter mezquino de Sigismondo. Por un lado proclamaba a los cuatro vientos su amor por Isotta, hasta tal punto que hacía que sus soldados luciesen sus dos iniciales I S entrelazadas y hacía construir un mausoleo magnífico para su descanso eterno, pero por otro lado, era incapaz de dar el paso final y casarse con ella. Estaba claro que le tenía sin cuidado la bendición de la iglesia, es más, le tenía sin cuidado la Iglesia Católica en general y por ende el Papa.

 

Esto proporcionó a sus enemigos políticos unas armas muy valiosas en esa época. La familia Sforza realizó ante el Papa una acusación en toda regla. Sigismondo, como cabía de esperar, no acudió a defenderse a Roma y fue juzgado en rebeldía por acusaciones que iban desde la falsificación, acuñación ilegal de moneda, asesinato de sus dos esposas legales, blasfemia y hasta herejía. Además, se le acusó de haber violado el cadáver todavía caliente de una joven alemana de la nobleza, asesinada durante una escaramuza al oponerse a ser raptada. Este crimen, aunque no se sabe a ciencia cierta si fue real, si que fue frecuentemente relatado en la época. El caso es que no está claro cuantos de estos delitos fueron reales y cuantos inventados por su enemigos (aunque no debieron ser muchos los inventados pues la época en sí era bastante violenta y desmesurada). Lo que si era cierto es que Sigismondo distaba mucho de ser un caballero y había cometido el peor delito que en esa época se podía cometer: oponerse al Pontífice de Roma.

Pío II estaba dispuesto a arruinar a su enemigo. Sigismondo fue juzgado por los tribunales eclesiásticos y fue declarado culpable de todas las acusaciones. Se le excomulgó y fue condenado a ser quemado en la hoguera. Por supuesto, el señor de Rímini rehusó acudir a roma para ser ajusticiado, teniendo que contentarse las autoridades eclesiásticas con quemar una imagen vestida con un bello traje y portando la siguiente inscripción: “Heme aquí, Sigismondo Malatesta, hijo de Pandolfo, rey de los traidores, aborrecido de Dios y de los hombres, condenado a las llamas por sentencia del Sagrado Colegio”.

Pero esta pantomima no sirvió para nada. La única forma que tenía Pío II de luchar contra su enemigo era la guerra y para ello recurrió a uno de los personajes más populares en la Italia de esa época: Federigo da Montefeltro, duque de Urbino. Federigo era la antítesis de Sigismondo; reconocido hombre de honor con una vida privada intachable, era uno de los jefes guerreros más estimados de la época. Al mismo tiempo que duque de Urbino, Federigo fue un famoso condotiero que prestaba sus servicio a quien quisiera contratarle. Durante su larga vida, (vivió hasta los 60 años de edad) sirvió a tres papas,  dos reyes de Nápoles, dos duques de Milán y a diversas ligas.

Recibió el encargo del papa Pío II de luchar contra “ la vergüenza de Italia, la persona que sobrepasaba en crueldad a todos los bárbaros y merecía ser contado entre los ciudadanos del infierno” (así era como Pío II describía al excomulgado Malatesta).

Federigo se puso manos a la obra y después de poco más de un año de lucha contra Sigismondo, éste se encontraba prácticamente acorralado. Pero aún no estaba fuera de combate. Sigismondo al ver que no podía vencer a su enemigo  en el campo de batalla, le atacó en su punto más débil. Pío II se encontraba ya casi al final de su vida y su mayor sueño era realizar una Cruzada contra uno de sus mayores enemigos (a quienes odiaba más incluso que al propio Sigismondo): los turcos infieles. 

Hacía ya diez años que estos habían invadido Constantinopla y el papa ardía en deseos de expulsarlos de la ciudad definitivamente. Sigismondo, viendo que ya no le quedaba más alternativa, amenazó al papa declarando que si era tratado de forma despiadada, él ofrecería a los turcos sus territorios en Italia como base de ataque e incluso estaba dispuesto a combatir junto a ellos.

Ante esta situación, ambos enemigos llegaron a un acuerdo por el cuál Sigismondo podría conservar su señorío de Rímini aunque sería despojado del resto de los territorios que poseía. Debía además adjurar públicamente de su herejía en Roma y confesar todos sus crímenes. Sigismondo, muy hábil, fue capaz de escapar a semejante humillación pública, enviando en su lugar a un mandatario, aunque finalmente si tuvo que hacer personalmente esa declaración en su ciudad Rímini. 

Ante la llamada del papa para la Cruzada, los Venecianos eran la única gran potencia que tenía un firme interés en llevarla a cabo, como la única vía de poder mantener sus intereses económicos y comerciales en Constantinopla. Como todas las pequeñas ciudades-estado italianas de la época, no tenía un ejército propio por lo que tuvieron que recurrir a reputados condotieros. Intentaron contratar a Federigo da Montefeltro y a Colleoni pero ambos rechazaron la propuesta por lo que paradójicamente, terminaron por tener que recurrir al propio Sigismondo. Este firmó una condotta (contrato) por dos años como comandante y (otra paradoja) recibió la bendición del papa pues como Cruzado, luchaba para él. A pesar de que Sigismondo hizo un buen trabajo, solo se consiguieron algunas pequeñas conquistas de ciudades que finalmente se volvieron a perder cuando las tropas de Sigismondo volvieron a Italia.

Ya de nuevo en Italia, Sigismondo siguió haciendo de las suyas olvidando completamente todas sus manifestaciones de arrepentimiento. Por esta época, Pío II ya había fallecido y el nuevo papa, Pablo II, le era tan hostil como su predecesor.

Pablo le pidió que renunciase a su ciudad de Rímini permitiéndole vivir en Foligno el resto de sus días.

Sigismondo enfureció y decidió matar al papa en el próximo encuentro que tuvieran. Así apareció en la sala de audiencia con un arma oculta bajo su capa de terciopelo negro pero la reunión no pudo llevarse a cabo por lo que no consigió cumplir su objetivo. Dándose cuenta de que sospechaban de él, abandonó la sala para refugiarse en Rímini.

Murió el 9 de octubre de 1468 a la edad de cincuenta y un años. Inmediatamente el papa intentó apoderarse de sus territorios pero fue más rápido Roberto Malatesta (hijo natural de Sigismondo). Comenzó entonces un nuevo enfrentamiento entre el papado y el señor de Rímini pero en este caso el papa ya no contó con la inestimable colaboración de Federigo da Montefeltro. Este, que ya estaba en la etapa final de su vida, sentía una gran simpatía por Roberto Malatesta no deseando además ver incrementado el poder pontificio cerca de sus territorios, por lo que finalmente apoyó la causa de Roberto y la ciudad de Rímini continuó estando bajo la soberanía de los Malatesta.

 

 

Fuente: Los Condotieros soldados de fortuna. Geoffrey Trease

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