Los condotieros.
Si nos preguntasen que es un condotiero muchos podríamos contestar que es un soldado de fortuna, un mercenario o un aventurero. Sin embargo, ninguno de estos apelativos encaja perfectamente en el sentido de la palabra condotiero, pues éste es un fenómeno único que se produjo en una época en particular; la del Renacimiento italiano.
Durante la Edad Media, no existían ejércitos permanentes como los que hay hoy en día, ni legiones como existieron en la época del Imperio Romano. Las necesidades de tropas para la guerra se cubrían a través de las levas feudales que los señores nobles estaban obligados a proporcionar a su rey, y que consistían en cuarenta días de servicio de armas.
Pronto se pudo ver que este tiempo de servicio era claramente insuficiente para soportar las grandes guerras que se estaban desarrollando en esa época, por lo que apareció el sistema de “mesnada contratada” y de “compañías libres”. Estas estaban dirigidas por grandes señores feudales que alquilaban sus servicios a su rey, mediante la firma de un contrato por el que el noble se comprometía a servir a su soberano al margen de sus obligaciones feudales. En el contrato se recogían las condiciones en las que se iba a prestar el servicio. Estas condiciones incluían entre otros aspectos, la paga correspondiente a cada participante en función de la categoría que tuviera, (no cobraba lo mismo un caballero con armadura que un simple infante o ballestero), las condiciones para el reparto del botín y las prerrogativas a la hora de capturar prisioneros. Un claro ejemplo de estos contratos lo tenemos en los realizados por Enrique V de Inglaterra con sus nobles, durante los preparativos de la campaña de Agincourt enmarcada dentro de la Guerra de los Cien Años.
Normalmente, los nobles que arrendaban sus servicios a los reyes eran habitualmente sus propios súbditos que luchaban por los intereses de su soberano y su país, aunque fuera cobrando por ello. A veces, siempre y cuando su propio país atravesara un período de paz y con el objetivo de conseguir beneficios económicos, luchaban en otros reinos pero siempre que la contienda no interfiriera con los intereses de su patria y su soberano. No eran por tanto profesionales en el sentido estricto de la palabra aunque hacían la guerra en busca de un beneficio personal. Será por tanto el aspecto exclusivamente profesional y el no sometimiento a ningún soberano, lo que distinguirá a los condotieros del resto de los soldados de fortuna de su época. Estos capitanes no tendrán por tanto ninguna lealtad y su lucha en uno u otro bando defendiendo uno u otros intereses dependerá tan solo del monto económico que se les haya pagado.
Mercenarios existen todavía actualmente y aunque si coinciden con la figura del condotiero en el aspecto de ausencia de lealtad y lucha por intereses puramente enconómicos, no encajarían perfectamente con ellos pues los mercenarios actuales suelen ser personas individuales o grupos pequeños mientras que los condotieros eran capitanes de grandes compañías formadas por miles de soldados.
La palabra condotiero deriva inicialmente del latín “conducere” que evolucionó al italiano “condurre” que se puede traducir por conducir, organizar o proporcionar. A través del participio pasado de este verbo “condotto”, se derivó el sustantivo “condotta” que en esa época servía para denominar al contrato firmado por el capitán independiente con el gobierno del país o ciudad que alquilaba sus servicios.
La “condotta” era un contrato muy personalizado (más que el de las compañías libres) en el que se recogían aspectos muy variados tales como contra quien se combatía y contra quien no se podía luchar. Se especificaban la cuantía de las tropas aportadas y su calificación para la batalla. Se definía con precisión la línea de mando en el caso de existir varios condotieros y se fijaba el período de tiempo de servicio incluyendo en algunos casos cláusulas de exclusividad que impedían al condotiero, una vez terminado el servicio con un determinado gobierno, ponerse a las órdenes de un enemigo de éste durante un período de tiempo.
Pero cabe preguntarnos porqué el fenómeno de los condotieros se desarrolló casi exclusivamente en Italia, sin que llegase de la misma forma a otros países.
A diferencia que en Italia, la mayoría de los países existentes en la época medieval reconocían una única autoridad central cuyos recursos en materia de guerra eran muy superiores a los de cualquier condotiero. Esto obviamente no ocurría en Italia. El emperador del Sacro Imperio Romano Germano no era más que una figura nominal, la mayoría de las veces ausente, que apenas tenía influencia en la península. El Papa era tan solo otro soberano temporal, de los muchos que existían en el territorio, que únicamente se interesaba en defender sus propios intereses. El resto de la región estaba conformada por una gran cantidad de ciudades-estado, totalmente independientes y sin sometimiento a un poder central, que apenas tenían capacidad para reclutar un ejército, pues no disponían de población suficiente para ello. Estas ciudades-estado eran tan pequeñas y a la vez tan avanzadas en el plano económico (como el caso de Florencia y Milán), que intentar una movilización de una milicia civil para hacer frente a guerras con otras repúblicas y ciudades era casi imposible, no solo por no disponer de efectivos suficientes para ello, sino porque relevar a la población de sus ocupaciones normales supondría un gran quebranto para el normal desarrollo del comercio, la industria y las finanzas, que eran los aspectos que hacían florecer y prosperar a estas ciudades. Por otro lado, el propio carácter de los italianos de la época, hacía que los gobiernos de las ciudades prefiriesen entregar las armas a un completo desconocido antes que a un compatriota que pudiese rebelarse contra ellos.
No existía un perfil único del condotiero, al contrario, hubo una gran diversidad en cuanto al origen social, nacionalidad, caracteres y motivaciones de los mismos. En un primer momento fueron casi todos extranjeros, en su mayoría soldados con pocas ambiciones políticas a los que la falta de conflictos en sus propios países les obligaba a buscarse la vida fuera de ellos siendo el más reconocido el inglés John Hawkwood. Posteriormente, hacia finales del siglo XIV, los italianos tomaron el relevo. Provenían de todas las regiones de Italia. De la Romaña surgieron grandes personajes como los Sforza y Alberico da Barbiano. Colleoni y los del Verne procedían de Lombardía; Carmagnola y Facino Cane del Piamonte; Gattamelata, Braccio da Montone, Biordo Michelotti y los Piccini de Umbría.
Muchos de estos condotieros eran hijos segundones de familias nobles e incluso soberanos de estados demasiado pequeños para absorber todas sus energías guerreras como los Malatesta de Rímini y Federico Montefeltro de Urbino, pero también había campesinos e hijos de panaderos como Carmagnola y Gattamelata. Para esta profesión no hacía falta tener “alta cuna”, solo era necesario talento y valentía.
No todos los condotieros tenían las mismas ambiciones. Algunos solo estaban interesados en ganar dinero y asegurarse una vejez tranquila, mientras que para otros la ambición política y de poder era la meta de su existencia incluso a riesgo de perder su vida. Un claro ejemplo de esto fue Francesco Sforza que llegaría a convertirse en duque de Milán.
La edad de oro de los condotieros comenzó a decaer en 1494, cuando el rey francés Carlos VIII emprendió la primera invasión de Italia en más de un siglo. Sus tropas utilizaban masivamente la artillería, contra la que los condotieros no estaban preparados para combatir. Muchos de los condotieros más famosos decidieron entonces ponerse al servicio de potencias extranjeras: Gian Giacomo Trivulzioy por ejemplo, abandonó a Milán por Francia, Francisco II Gonzaga y Ludovico II de Saluzzo también se unieron a Francia, y Andrea Doria se convirtió en almirante del emperador Carlos V.
Las Guerras Italianas, en las cuales la península fue invadida por los modernos ejércitos de los Habsburgo y de Francia, marcaron el final de la época de los condotieros, que fueron incapaces de hacer frente a los piqueros suizos, los lansquenetes alemanes, los mosqueteros ingleses, la caballería francesa o los tercios españoles. La práctica de la condotta desapareció definitivamente hacia 1550 y con ello la figura del condotiero que no volvería a repetirse en la historia.
Fuente: “Los condotieros soldados de fortuna” Geoffrey Trease
Wikipedia