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Roberto de Artois

La batalla de las Espuelas de oro

 

La batalla de las Espuelas de Oro también conocida como la batalla de Courtrai, fue un enfrentamiento entre las tropas francesas del rey Felipe IV y las milicias de las ciudades flamencas, las cuales se habían alzado en contra del poder real. Tuvo lugar el 11 de julio de 1302 en la ciudad de Courtrai al sur de Brujas.

Se produjo como represalia al alzamiento popular que tuvo lugar en la ciudad de Brujas contra la dominación francesa, en el que fueron asesinados 3000 franceses (una especie de “Vísperas Sicilianas” al estilo flamenco).

El motivo de la revuelta fue el deseo de la monarquía francesa de los Capeto de imponer a toda costa la supremacía del poder real sobre sus vasallos, en especial sobre Guido de Dampierre conde de Flandes, y  disminuir los privilegios con que contaban las grandes ciudades de este condado.

El conde de Flandes había sido tradicionalmente uno de los vasallos más díscolos del rey de Francia. Gran aliado de Inglaterra, firmó en 1297 un acuerdo para prestar su ayuda a Eduardo I, que pretendía invadir Francia y recuperar sus posesiones en Guyena que habían sido invadidas por Felipe IV. Esta tradicional alianza con Inglaterra, que facilitó enormemente el desarrollo de la Guerra de los Cien Años, no era únicamente en el aspecto militar sino que incluía un componente económico muy importante, ya que Inglaterra era el principal proveedor de la lana que los flamencos utilizaban para sus confecciones textiles y que luego exportaban por todo el mundo conocido, reportándoles grandes beneficios económicos.

 

La mañana del 11 de julio de 1302, Roberto de Artois comandante francés, reagrupó sus batallones en tres grandes cuerpos mandados por él mismo, el condestable De Nesle y el conde de Saint-Pol. Los flamencos por su parte, formaron en arco de circunferencia en una meseta que dominaba la llanura de un río que atravesaba la ciudad.

Las tropas francesas estaban formadas casi en su totalidad por caballeros armados pertenecientes a la nobleza aunque también contaban con ballesteros, mientras que el ejército flamenco estaba integrado en su mayoría por milicias urbanas que no portaban armadura defensiva. A pesar de esta desventaja, los flamencos contaban para la ocasión con un arma de muy bajo coste económico, que les iban a permitir enfrentarse a los grandes caballeros con armadura: la pica.

Los flamencos eligieron muy acertadamente su posición en la batalla y formaron fila tras fila sosteniendo sus largas picas que presentaban un aspecto parecido al de un puercoespín y esperaron. Roberto de Artois ordenó el ataque con un avance de infantería y una descarga de ballestas pero el barro que había en el suelo dificultó el avance de las tropas y las saetas disparadas no pudieron hacer suficiente daño a los flamencos, pues los ballesteros quedaron a mucha distancia del objetivo.

Fieles a su espíritu caballeresco, los franceses solo veían enfrente de ellos a una muchedumbre de origen humilde que a su juicio no podía ni por asomo derrotarlos y, lejos de pensar en una buena táctica que les permitiera atacar la muralla de picas que los flamencos habían formado, optaron por la opción tradicional propia de un caballero valeroso: atacar de frente.

Cabalgaron sobre sus propios ballesteros a los que arrasaron en el camino, mientras los pacientes flamencos esperaban quietos. Las puntas de las picas provocaron el caos en la primera línea de los franceses. Parte de los caballeros cayeron de sus caballos al suelo fangoso y no pudieron volver a levantarse. Otros cayeron al río y directamente se ahogaron. La derrota fue total.

Tradicionalmente, en los enfrentamientos medievales entre caballeros, los contendientes luchaban entre sí dándose golpes hasta que uno de ellos gritaba “rendición”. El caballero que se había rendido era tratado con suma cortesía y respeto y se le retenía con el fin de obtener el pago de un rescate por su liberación. Sin embargo, esta caballerosidad era solo aplicable entre caballeros y nobles. Los soldados de infantería, que casi siempre pertenecían a las clases mas humildes, eran objeto de una implacable matanza sin que tuviesen la posibilidad de rendirse ya que nadie iba a pagar un rescate por el que mereciera la pena ser hecho prisionero.

Por este motivo, cuando los hombres de las milicias flamencas de origen humilde tuvieron a su merced a los caballeros franceses, no siguieron en modo alguno las reglas de la caballería, pues esas reglas tampoco se les aplicaban a ellos. Mataron sin el menor remordimiento a cuanto caballero desarmado se cruzó en su camino. Al final de la batalla, habían perecido 700 nobles franceses. Se sabe con exactitud la cifra de muertos porque los flamencos recogieron 700 pares de espuelas de oro y las exhibieron en una iglesia, motivo por el cuál se conoce a esta batalla como la batalla de las Espuelas de Oro.

Felipe IV de Francia perdió la mayor parte de su ejército en esta ocasión pero obtuvo su revancha posteriormente. Sin embargo, a partir de esta victoria las ciudades flamencas mantendrían en esencia sus privilegios frente al poder real a pesar de mantener su estado de dependencia de la corona de Francia. En los años posteriores, en conde de Flandes se convertiría en el vasallo más poderoso y rico de Francia (incluso más que el propio rey) con un grado de independencia superior al resto de los vasallos que configuraban el reino de Francia. Su alianza con Inglaterra sería la llave que permitiría la invasión de Francia por Enrique V, y que llevaría a este país a una situación catastrófica.

La batalla de Courtrai fue la primera en enseñar una valiosa lección que los franceses tardaron bastante tiempo en aprender: La guerra no es un combate idílico entre caballeros que se disputan la batalla como si se tratara de un torneo y en la que se pueden rendir a su enemigo que les tratará con cortesía perdonándoles la vida a cambio de un rescate. La realidad demuestra que soldados disciplinados con armas tan poco sofisticadas como una pica, pueden derrotar fácilmente a un ejército formado por la flor y nata de la caballería y que la táctica propia de un caballero valiente y noble consistente en atacar de frente sin artimañas ni engaños, ya no tiene cabida en las nuevas técnicas militares de la baja edad media. El fin de la era de la caballería medieval había comenzado. Sin embargo la nobleza francesa no quiso aprender la lección y renunciar a su mundo caballeresco del que tanto disfrutaban y culparon de su derrota a la mala elección del terreno. Esto traería graves consecuencias ya que los franceses pasaron más de un siglo  más sufriendo derrotas similares por los mismos motivos (Crècy, Poitiers y Agincourt ).

Fuente:     La formación de Francia Isaac Asimov

        Wikipedia

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