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La sorprendente historia de Juan V de Armagnac

 

El condado de Armagnac fue una jurisdicción medieval gascona situada al sudeste de Francia, cuyo nombre proviene de un jefe militar franco establecido en la región durante el Siglo V. Obtuvo su reconocimiento como tal en el siglo IX cuando tras la muerte en 926 de García II, duque de Gascuña, su hijo Guillermo I heredó el título de Conde de Fézensac y Armagnac y éste a su vez repartió al morir sus territorios, dejando Armagnac a su segundo hijo Bernard le Louche (Bernardo I de Armagnac).

En 1140, el territorio del antiguo condado de Fézensac se reunifica en la figura del conde Géraud III d'Armagnac tras la muerte sin descendencia de Astanove II, último conde de Fézensac. A partir de ese momento las dos casas continuarán unidas con el único nombre de Condado de Armagnac.

El primer linaje de condes de Armagnac se extingue a la muerte de Géraud IV en 1215, pasando el título y las tierras a la familia Lomagne (descendientes de una hija de Géraud III).

Los sucesivos condes de Armagnac fueron siempre rabiosamente independientes y se autodenominaban “condes de Armagnac por la gracia de Dios”, en clara alusión a que no necesitaban de la autoridad del rey para serlo. Los Armagnac siempre fueron, según sus biógrafos,

“una saga de guerreros de reacciones explosivas e ideas un tanto alocadas.  De entre todos los condes de Armagnac, cabe destacar a Juan V, un personaje singular con una historia sorprendente.

Juan V de Armagnac, hijo de Juan IV y de la infanta Isabel de Navarra, nació en 1420. Con 16 años estaba ya peleando contra los ingleses para expulsarlos de Guyena (a raíz de esto desarrollaría un odio atroz hacia los mismos) y a los 19 años era capitán general del ejército del rey de Francia en la Guyena y el Languedoc. En 1451, Juan V arrebató a los ingleses la ciudad de Burdeos y como recompensa a su hazaña, rey le entregó dinero y tierras. En agradecimiento y llevado por un fervor momentáneo, Juan firmó el 15 de abril de 1452 un documento que establecía las condiciones por las que sus dominios podrían pasar algún día a pertenecer al rey. Lo hizo como un detalle con el monarca pero ese día estaba firmando (sin ser en absoluto consciente) su sentencia de muerte.

Pero Juan no se paraba mucho a pensar las cosas. Sus contemporáneos decían de él que “el fuego corría por sus venas”. Era muy apasionado  tanto para lo que le gustaba como para lo que odiaba y tan violento en sus deseos como impulsivo en sus acciones. Su aspecto físico no era muy seductor: corto de estatura y rechoncho, incluso barrigón, pero dotado de una enorme fuerza física.

Mientras el rey de Francia y el conde de Armagnac tuvieron a Inglaterra como enemigo común, las cosas no fueron mal para los dos. Pero terminada la guerra, el inquieto Juan empezó a reforzar su poder feudal tomando decisiones reservadas solo al rey, como acuñar moneda propia, otorgar títulos de nobleza o nombrar jueces. Carlos VII de Francia le envió una embajada para hacerle entrar en razón. Según llegaron a sus dominios, mandó a toda la comitiva a las mazmorras, con la orden de que no se les diera nada de comer hasta que no gritaran tres veces ¡Vive Armagnac!. Y, ya lanzado, envió sus tropas sobre el vecino condado de Comminges arrebatando su propiedad al rey. Como en los últimos tiempos el conde de Armagnac se estaba convirtiendo en un vasallo  demasiado poderoso, el rey decidió posponer su respuesta a la afrenta a sus embajadores hasta que se le presentase una mejor oportunidad, lo que no tardaría en suceder debido al carácter impulsivo del conde.

La ocasión llegó pronto, Juan V había desarrollado una gran pasión por su hermana Isabel,"una de las más bellas damas del reino de Francia”, con la que mantenía relaciones incestuosas en una época en la que el incesto era un pecado muy grave. El problema había ido más allá pues a estas alturas ya tenía con ella dos hijos. 

El “culebron” no acababa aquí. Juan decidió casarse con Isabel pero necesitaba una dispensa papal para su propósito. Sabía que eso no sería fácil de conseguir, pero a su juicio, él era un príncipe de sangre real (era hijo de Isabel de Navarra) y no necesitaba para nada al Papa, por lo que recurrió a un falso clérigo, Ambrosio de Cambrai quien falsificó una dispensa matrimonial en segundo grado de parentesco. Las dispensas matrimoniales en la Edad Media eran habitualmente concedidas por los papas para los matrimonios reales, si bien siempre que fueran mínimo de tercer grado de consanguinidad (es decir tíos y sobrinos) y previo el correspondiente pago de una cantidad de dinero. Estaba claro por tanto que la dispensa de Juan era falsificada y ningún sacerdote estaba dispuesto a celebrar la ceremonia, así que para poder casarse, tuvo que agarrar por el cuello a un clérigo de sus dominios y obligarle. Durante la ceremonia tuvo la punta de su espada apoyada en la garganta del sacerdote, para evitar su fuga. Cuando el papa Pío II tuvo conocimiento de la boda y de la falsificación de la dispensa excomulgó al conde, y ordenándole que se separara de Isabel.

Ante la excomunión del conde, Carlos VII se vio  legitimado a invadir los territorios de su vasallo y este tuvo que marcharse al exilio junto con su hermana en Bielsa,  Aragón. Durante este exilio, Juan solicitó ayuda al rey de Castilla, pues era vasallo del mismo como conde de Cangas y de Tineo, dos localidades situadas en lo que hoy seria el Principado de Asturias en España. 

El condado de Armagnac había estado siempre muy vinculado a la corona de Castilla y esta vinculación se reforzó con la concesión de los condados de Cangas y de Tineo por parte de Juan II rey de Castilla, a Juan IV de Armagnac (padre de Juan V).  Con estas concesiones se pretendía reforzar el vasallaje castellano de la casa de Armagnac pues era un elemento muy útil para ejercer presión en la frontera pirenaica y controlar al conde de Foix aliado del rey de Navarra.

Pero Juan e Isabel no se separaron y tuvieron un tercer hijo. El rey, aprovechando la ocasión, ordenó un proceso judicial para juzgar a aquel noble pecador y perjuro, y Juan V fue encontrado "culpable de lesa majestad, incesto, rebelión y desobediencia al rey, y condenado por contumaz al destierro perpetuo y a la confiscación de todos sus bienes”.

La situación del conde de Armagnac se tornaba muy difícil. Juan V siempre contó con el apoyo de Enrique IV de Castilla quien intercedió por él ante el rey de Francia y el Papa pero sus esfuerzos fueron en vano. Aquello parecía el final definitivo del conde de Armagnac. Todo lo había perdido. Sin embargo, a pesar de la magnitud del desastre, Juan V contó con la ayuda de antiguos valedores (como el milanés Francesco Sforza) y en un plazo muy breve de tiempo su suerte cambió radicalmente. Pío II accedió finalmente a perdonar al reo, pero le impuso una dura penitencia: jamás volvería a dirigir la palabra a su hermana, ni tampoco podría verla, escribirle cartas o residir siquiera en la misma ciudad, todo ello junto con la obligación de combatir a los turcos durante un año con 50 lanzas y pagando una multa de 5.000 escudos para la reparación de iglesias y para la dote de doncellas pobres.

Otro hecho vino a mejorar la situación de Juan V, Carlos VII muere en 1461 y le sucede su hijo Luis XI que cuando era delfín de Francia, había combatido en la Guyena codo a codo con Armagnac, así que una de sus primeras decisiones fue anular su condena y devolverle parte de sus posesiones perdidas. El proceso contra Juan V fue inmediatamente revisado y en octubre de aquel mismo año recuperó el favor real; no sólo recibió sus propiedades sino que fue nombrado por Luis XI embajador ante Castilla aprovechando sus buenas relaciones con este reino.

Su época castellana fue quizá el único momento tranquilo de la vida de Armagnac. Participó en la preparación de encuentros tan importantes como las vistas de Fuenterrabía en las que parlamentaron Enrique IV y Luis XI en la orilla hendaiarra del Bidasoa. Pero siempre desde la peculiar visión de la diplomacia que tenía el conde de Armagnac, que mientras evitaba reconocer al rey francés (de quien era embajador) como soberano de sus tierras, no tenía problemas para denominarse vasallo del rey de Castilla por sus dominios de Asturias. Las relaciones entre Armagnac y el propio rey de Francia eran entonces tan fluidas que comenzaba a ser llamado por sus colegas feudales como “le petit mignon du roi”. 

Pero la forma de ser de ambos no tardaría en chocar. Juan era un noble muy celoso de su independencia del poder real y Luis era un monarca absolutista, firmemente decidido a reducir los privilegios y la independencia de sus vasallos.

No había vuelto de Castilla Juan de Armagnac, cuando empezaron las revueltas en sus dominios contra cualquier cosa que tuviera que ver con el rey. Las poblaciones se alzaban contra los emisarios y cobradores de impuestos, y los soldados navarros del conde atacaban cualquier mercancía que pasara por sus tierras. En la corte se afirmaba que todo esto sucedía con el visto bueno o por lo menos la tolerancia de Armagnac.

Juan V dejó de ser embajador y regresó a sus tierras francesas volviendo a convertirse en líder de los nobles descontentos por los recortes planteados por Luis XI a los estados feudales. Así en 1464 empezó a gestarse una gran conspiración contra el rey, que finalmente estalló a principios de 1465 con el nombre de Liga del Bien Público. La coalición de señores feudales, entre los que estaba el propio Carlos de Guyena hermano del rey, marchó directamente contra París, y Luis XI tuvo que firmar varios tratados de paz que escasamente ocultaban la vergonzosa realidad de que el rey había tenido que rendirse. Luis XI devolvió todas sus tierras y derechos a la nobleza feudal. El conde de Armagnac recobró todos sus dominios, se le anularon las condenas anteriores y recibió una pensión de 16.000 libras. Al retirarse hacia su condado, y a pesar del tratado firmado, no se privó de volver a arrasar todas las tierras pertenecientes al rey. La vergonzosa rendición generó en el rey un intenso deseo de venganza, en particular contra Armagnac que, en sus propias palabras, era “el hombre del mundo al que más odiaba”. Pero la posición del monarca había quedado muy debilitada. Decidió actuar con diplomacia y asegurarse la lealtad del conde casándole con una doncella que perteneciera a algunas de la casas fieles a la corona. Tras varios fracasos, lo consiguió finalmente con Juana, la hija de Gastón IV de Foix, uno de los mayores paladines del rey. La boda se celebró en agosto de 1469. pero la cosa le salió rana a Luis XI, porque no sólo no consiguió atraer a Armagnac a su bando, sino que el conde convenció a su suegro para que se pasara al bando de los rebeldes. En vez de reducir el poder del conde de Armagnac, lo había aumentado. Algunos nobles empezaron a referirse a Juan V como “el segundo rey de Francia”.

Como no conseguía acabar con el conde por “las buenas” decidió pasar a “las malas”. Para ello decidió actuar como su padre (rastreramente), y acusó al conde del mayor delito posible en territorio galo. Le acusó de alta traición y de encabezar un complot para entregar Francia al rey de Inglaterra. Un extraña acusación hacia quien siempre había afirmado que “prefería estar muerto que tener algún trato con ingleses”, y que años después demostró ser totalmente falsa. La corte, sin embargo, admitió la acusación y en un juicio rapidísimo le condenó otra vez a la confiscación de sus bienes. Pero esta vez fueron más allá y se le condenó también a la pena de muerte. El rey envió contra él un inmenso ejército. Armagnac se preparó inicialmente para resistir. Demolió casas, conventos e iglesias para reforzar las murallas de su ciudad. Pero pronto descubrió que en esta oportunidad se había quedado totalmente solo. Ante su supuesta alianza con el rey de Inglaterra el resto de señores feudales le habían dado la espalda. Entonces decidió enviar al conde de Dammartin, jefe del ejército del rey, las llaves de la fortaleza para que no atacara a la población y escapó.

Nadie sabía dónde estaba. En realidad Juan de Armagnac había cruzado otra vez los Pirineos y se había refugiado en tierras de Enrique IV de Castilla. Acompañado de la condesa, su único hijo varón, sus más cercanos de la corte, cuatrocientos ballesteros y un centenar de caballeros, hizo su entrada en la villa de Fuenterrabía en enero de 1470 para vivir aquí su segundo exilio.

Durante su exilio, intentó varias veces conseguir un salvoconducto para llegar hasta Luis XI y explicar las razones de su comportamiento. Finalmente consiguió un pase válido para seis meses que le autorizaba a recorrer Francia con un séquito de doscientas personas. Pero Armagnac no tenía la más mínima intención de hablar con el rey. Tenía ya 52 años, y estaba cansado de condenas y exilios. Había decidido dar su batalla final y para ello tenía que recuperar su fortaleza de Leytora. La noche del 18 de octubre de 1472, Armagnac y doscientos ballesteros estaban escondidos en los arrabales de la villa. Cuando al alba la guardia abrió la puerta, Juan y sus ballesteros entraron en la fortaleza. Las calles se llenaron rápidamente de ciudadanos que con las espadas en alto gritaban“¡Armagnac!”

Los gobernadores de la plaza y los mandos del rey fueron apresados en sus camas, todavía dormidos, y el resto de la guarnición no tardó en rendirse.

El rey decidió también dar su respuesta final. En enero de 1473 un ejército sitiaba Leytora. La artillería golpeaba sus muros, pero la fortaleza hacía honor a su fama de inexpugnable y aguantaba. Los partidarios de Armagnac aconsejaron al conde que volviera a Fuenterrabía con sus prisioneros y negociara desde allí con el rey, pero Juan ya estaba harto de huir y se negó a hacerlo. Llegó un segundo ejército real en febrero, y Leytora siguió aguantando. Pero Armagnac sabía que estaba llegando al límite porque empezaban a escasear los víveres y la munición. En el otro bando, el señor de Lude era consciente de que no podía mantener por mucho tiempo el asedio, porque el rey necesitaba urgentemente esas tropas. Así que el 5 de marzo de 1473 ambos jefes firmaban una capitulación honrosa de la plaza. Sería respetada la vida de Armagnac y sus hombres, se les concedía una amnistía por todos sus delitos anteriores, se aseguraba que Leytora no sería destruída ni sometida a pillaje y se le daba al conde un pequeño territorio al sur del Garona donde poder residir. Se daba fin a la guerra, pero no a los deseos de venganza del rey Luis que jamás olvidaba una ofensa.

El día 6 Armagnac se retiró junto a su esposa Juana de Foix embarazada de siete meses a su casa-torre de Santa Gema. Todo parecía tranquilo. Pero un incidente, para unos “inesperado” y para otros “totalmente preparado”, lo cambió todo. Un soldado del rey plantó la bandera de las tropas reales delante de la ventana de Juan de Armagnac. Borrouillan, escudero del conde, bajó a protestar y fue molido a palos. El conde de Armagnac salió en defensa de su escudero y el arquero Pierre Le Gorgias le clavó una daga en el pecho, acabando con su vida en el acto. Siguió un estallido de violencia incontrolada y de todos los habitantes de Leytora sólo quedaron siete con vida, la condesa Juana de Armagnac/Foix entre ellos. La fortaleza de Leytora fue destruída piedra a piedra e incendiada.

Luis XI decidió dar el golpe de mano final al mundo feudal empezando por  su odiada casa de Armagnac. Sacó de su biblioteca el documento firmado veinte años antes entre su padre y Juan V, que decía que “si él mismo o sus herederos varones habidos en matrimonio legítimo y en línea directa venían a morir sin legítimos herederos, sus dominios recaerían en el rey de Francia” y decidió que era el momento de hacer que se cumpliera. Los tres hijos de Armagnac con su hermana no provenían de matrimonio legítimo, por lo que no contaban en la sucesión del condado, pero sí el que llevaba en su seno la condesa Juana. Sus hombres hicieron beber por la fuerza un brebaje a Juana de Foix. Poco después la condesa abortaba y dos días después moría ella misma. Quedaba Carlos de Armagnac, el hermano pequeño de Juan. Luis XI cumplió con la legalidad permitiendo que heredara el título y los dominios de su hermano, pero le encerró hasta su muerte en La Bastilla. Cuando finalmente murió, el condado de Armagnac pasó a ser un título más (y una preocupación menos) del rey de Francia.

Tras la caída de la casa de Armagnac fueron cayendo como un castillo de naipes el resto de las casas feudales del sur de Francia. A la muerte del conde de Foix, le sucedió su hijo menor de edad tutelado por Luis XI, el señor de Albret fue ejecutado por apoyar a Armagnac y por la misma razón fue envenenado Carlos de Guyena, hermano del rey. El resto de los señores feudales de la zona, menos poderosos, fueron rindiendo vasallaje al rey.

 

 

Fuente:         Wikipedia

        Los condes de Armagnac y la diplomacia castellana del siglo XV     (1425-14749)

César Olivera Serrano

        El anillo de Armagnac. HondarribikoLiburutegia Udal

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