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Los diez mejores caballeros medievales parte I

1- Ricardo Corazón de León.

 

Ricardo fue un gran guerrero y el máximo exponente del arquetipo de caballero medieval que lucha por sus ideales religiosos, siendo precisamente estas dos cualidades las que le hicieron un mal rey. Toda su energía la dedicaba en exclusividad a guerrear dejando de lado otros aspectos importantes de su vida, hasta tal punto que solo el arte de la guerra podía retener su atención. Su apodo Corazón de León, hace referencia a su valentía y a su corazón indomable. Era un caballero en el mas amplio sentido de la palabra: gran guerrero, generoso, galante, cortés… Le gustaban las fiestas y torneos, y respetaba siempre la palabra dada, aunque también era rencoroso y soberbio con accesos de ira a veces injustificados. 

En una escaramuza sin importancia en el sitio del castillo de Chalus-Chabrol, Ricardo se acerca a la muralla sin armadura ni protección en un alarde de bravuconearía. Un disparo de ballesta de un humilde soldado le acierta en el hombro. Lo que en un principio parecía una herida leve como tantas otras que había recibido el rey León, se convierte en la causa de su muerte al infectarse.

 

2- Eduardo de Woodstock “el Príncipe Negro”

 

Fue un brillante caudillo militar mostrando su bravura a los 16 años en la Batalla de Crécy. Participó de forma arriesgada y decidida contra los franceses durante la Guerra de los Cien Años. En el año 1356, Eduardo comandó un ejército de más de 7.000 soldados. Dirigió a sus fuerzas en la lucha, logrando una grandiosa victoria sobre la caballería pesada francesa en la Batalla de Poitiers. En esa decisiva acción, apresa al rey Juan II de Francia, al que lleva como rehén a Inglaterra. El Príncipe Negro se tomó la molestia de tratar a Juan II con todas las consideraciones regias, al igual que todos los nobles franceses hechos prisioneros tuvieron un trato caballeresco. El Príncipe Negro que se arrodillaba ante su real cautivo, no tuvo la misma consideración con los soldados de menor rango, y ordenó la matanza sin consideración de todos los capturados.

Eduardo amaba profundamente la guerra y no contento con participar solo en la guerra de los Cien Años, se vinculó a cualquier conflicto internacional en donde se requiriera su presencia. Así participó en  la guerra de sucesión de Castilla del lado de Pedro I el cruel. En dicha guerra sus fuerzas vencen en la Batalla de Nájera en 1367. Aquí fue donde contrajo una enfermedad que posteriormente le causaría la muerte.

3- Juan rey de Bohemia.

 

Juan rey de Bohemia y conde de Luxemburgo carecía totalmente de vocación política. Era ante todo un guerrero obsesionado con los ideales de la caballería y deseoso de entrar en batalla en cualquier momento. Pasó la mayor parte de su tiempo en sus posesiones del ducado de Luxemburgo cercanas a Francia.

Juan perdió la vista siendo aún joven pero a pesar de su ceguera, siguió siendo un caballero a la antigua usanza. Su mayor placer era la guerra y por tanto no pudo resistirse a participar en la batalla de Crécy de la Guerra de los Cien Años como aliado del rey de Francia, contra los ingleses comandados por Eduardo III. Todo eso a pesar de tener casi 50 años y estar totalmente ciego.

El día de la batalla, Juan se presentó como un noble caballero en las filas del rey Felipe VI de Francia. Ordenó que le llevaran al centro de la batalla. Dos de sus caballeros hicieron las veces de lazarillos atando sus monturas a la del rey para poder guiarlo. Repartiendo golpes al aire con su espada sin ton ni son, ordenó a sus guías cargar contra el enemigo y fueron tan lejos, que se les perdió de vista y nunca más se supo de ellos. Por supuesto, Juan murió aquel día en el campo de batalla.

 

4-Eduardo III rey de Inglaterra.

 

Fue un buen rey aunque dedicó casi todo su reinado a perseguir un sueño al que creía firmemente tener derecho dejando a su muerte las arcas del tesoro totalmente vacías.

La muerte del rey francés Carlos IV sin descendencia directa masculina, plantea en este país un problema sucesorio al extinguirse la línea directa masculina de la dinastía de los Capetos. Al regir en Francia la ley sálica por la cual las mujeres no podían acceder al trono, la corona recae en el primo hermano de Carlos IV, Felipe de Valois. Eduardo, como hijo de Isabel de Francia, hermana del ultimo rey Capeto, pretende tener mejores derechos al trono que la rama Valois, pues argumenta que aunque las mujeres no pueden reinar, si pueden transmitir sus derechos a sus hijos y por tanto reclama la corona de Francia para él. Lógicamente esto era algo inadmisible para los francese porque supondría pasar a depender de un rey inglés y por tanto la propuesta no prosperó. Así tuvo lugar el inicio de una contienda que sería muy importante durante la Edad Media y que fue conocida como la Guerra de los Cien Años. Eduardo participó y dirigió las grandes victorias inglesas de Crécy y Poitiers.

Eduardo III, gran caballero, fue el fundador de la famosa Orden de la Jarretera, la orden de caballería más importante y antigua de Inglaterra. La leyenda más conocida sobre su origen es la que cuenta que el rey, durante un baile que ofrecía posiblemente en el Palacio Eltham, bailaba con Juana de Kent, quien luego llegaría a ser  Princesa de Gales. A ésta mientras bailaban, se le cae la liga que llevaba en la pierna, por lo que el rey la levanta rápidamente para evitar la vergüenza de la joven, y la coloca en su propia pierna. Ante la mirada de los curiosos que seguían la escena, el rey dice la frase que quedaría como lema de la orden: «Honi soit qui mal y pense» («Que se avergüence aquél que de esto piense mal»). Muchos afirman que la dama en cuestión no era Juana de Kent, sino su suegra hasta ese momento, Catherine Montacute, condesa de Salisbury.

 

Según otra teoría el rey Eduardo III habría intentado, con la formación de la orden, una vuelta a la Mesa redonda de los Caballeros del rey Arturo. Es sabido que el monarca disfrutaba junto a su corte de festejos que evocaban los tiempos del mítico rey, con torneos de justa incluidos y mesa redonda a la cual los caballeros de la corte se sentaban.

5-Juan II rey de Francia

 

A él me he referido antes cuando hablada de Eduardo el Príncipe Negro pues fue hecho prisionero por este en la batalla de Poitiers. Juan era un hombre muy caballeresco a la par que profundamente deshonesto y confabulador en la política. Pese a la derrota de Crécy en la Guerra de los Cien Años, aún creía en la teoría de que las batallas eran como una serie de torneos de caballeros. Era popularmente llamado Juan el bueno, pero aquí “bueno” no significaba virtuoso sino un hombre que vivía de acuerdo a las reglas de la caballería. Condujo a su ejército a enfrentarse con las tropas inglesas de Eduardo a la batalla de Poitiers. Eduardo había llegado antes y por tanto eligió la mejor posición posible, se ubicó en una colina con suficiente vegetación para ocultar y proteger a su disciplinado ejército. Juan II llegó después comandando una muchedumbre feudal. Lo que hubiera hecho cualquiera que tuviese un poco de inteligencia habría sido rodear la colina y sentarse a esperar. Los ingleses tarde o temprano habrían tenido que bajar y luchar en desventaja o bien permanecer en la colina y terminar por rendirse por hambre. Pero esto no cuadraba con el ideal caballeresco de Juan, para quien la única manera decente de luchar era cargar de frente al enemigo al son de las trompetas. Así hizo y el resultado de la batalla fue desastroso: 2.500 caballeros franceses cayeron muertos y otros 2.500 fueron hechos prisioneros entre ellos el propio rey y uno de sus hijos conocido por Felipe el audaz. De la batalla sólo se puede decir que Juan II combatió con gran energía y decisión pero no le sirvió para nada. Juan, prisionero del Príncipe Negro fue trasladado a Inglaterra donde se la trató con consideraciones regias. Se pidió un cuantioso rescate por su liberación que el pueblo de Francia tuvo que pagar con sudor, mientras su rey vivía lujosamente en Inglaterra sin preocuparse del gobierno de su país, después de que la batalla se hubiese perdido por su ineptitud. Por el tratado de Bretigny, Juan obtuvo su libertad a cambio del pago de un cuantioso rescate y de dejar como rehén en Inglaterra a su hijo Luis de Anjou. Este consiguió escapar de Inglaterra y cuando el rey Juan se enteró, en un ataque de dignidad caballeresca, declaró que su honor estaba en juego y retornó voluntariamente a su lujosa prisión en Inglaterra.  Allí murió a los 44 años por los excesos de la comida y la vida licenciosa que llevaba.

 

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