El terrible día de Anagni. ¿Qué ocurrió entre el papado y su tradicional aliado el rey de Francia?
Se conoce como el terrible día de Anagni al acontecimiento por el cual el papa Bonifacio VIII fue hecho prisionero de la forma más ignominiosa posible por las tropas francesas de Felipe IV.
Bonifacio VIII fue elegido papa el 24 de diciembre de 1294. Era un hombre colérico y arrogante cuyo principal deseo era mantener el poder papal sobre los reyes de la cristiandad, tal y como lo habían hecho sus predecesores.
Este tema ya había suscitado importantes enfrentamientos entre los reyes cristianos y el papa de turno. Baste recordar el de Enrique II de Inglaterra y Thomas Becket, el de Juan sin tierra con el papa Inocencio III o las continuas luchas y querellas entre los papas y los emperadores del Sacro Imperio Romano. Hasta este momento, sólo los reyes de Francia se habían mantenido leales al papado. Desde que Carlomagno se erigiera como firme defensor de la iglesia de Roma, todos los reyes franceses habían apoyado al papa en todos los temas institucionales (alguna fricción se había producido a cuenta de una que otra negación de una dispensa matrimonial pero nada grave).
Sin embargo, la situación va a cambiar a partir de ahora, a raíz de los graves conflictos que se sucedieron entre el papa Bonifacio VIII y el rey Felipe IV de Francia.
Felipe IV se hallaba inmerso en una disputa con Eduardo I de Inglaterra y necesitaba dinero para financiar sus campaña. Decidió entonces gravar con impuestos al propio clero francés. Esto desató una queja de los obispos franceses al Papa en la que denunciaban esta situación.
Bonifacio responde a esta ofensa (pues el rey de Francia no es quien para mandar sobre la iglesia) publicando la bula “Clericis Laicos” por la que prohibía a los poderes seculares, reclamar o recaudar tributos sobre la iglesia sin la autorización expresa de la Santa Sede bajo amenaza expresa de excomunión.
Esto levantó las iras de Felipe IV que, lejos de amilanarse y someterse al papa, entró en una enemistad abierta con él. Publicó una ordenanza por la que prohibía la exportación de metales preciosos y restringía la capacidad de los mercaderes extranjeros en Francia, lo que perjudicó enormemente las finanzas de la Santa Sede.
Bonifacio, en contra de su voluntad, tuvo que rectificar lo dicho en la bula y además, tuvo que acceder a la canonización de Luis IX de Francia, abuelo de Felipe. Pero el problema no iba a terminar ahí. La situación se agravó considerablemente cuando un legado papal en Francia fue acusado de traición. Felipe exigió al Papa el cese del legado y anunció que sería juzgado por un tribunal francés.
El Papa montó en cólera pues a su criterio, los eclesiásticos sólo podían ser juzgados por tribunales de la iglesia. Exigió por tanto la inmediata liberación del legado y como represalia, restableció los términos del al bula “Clericis Laicos” y además, por si era poco, publicó una nueva bula en la que dejaba muy claro todos los aspectos que defendían la superioridad del papado y la Iglesia sobre cualquier otro poder (aspecto este que era la esencia de las eternas disputas entre reyes y papas). El Papa envía la bula a Felipe y apenas este la recibe, haciendo caso omiso de ella, la arroja al fuego. La disputa continúa y los ánimos se van exaltando. Los cardenales, por orden de Bonifacio, exigen a Felipe una satisfacción por la quema de la bula. Felipe reacciona confiscando todos los bienes de los eclesiásticos franceses que se mantenían del lado de Roma. El Papa contraataca y promulga la bula “Unam sactam”. En esta bula Bonifacio declaraba explícitamente que el papa no era sólo un gobernante en el sentido espiritual, sino también en el sentido temporal, por lo que todos los reyes cristianos del mundo le debían lealtad y que quienes se la negasen, serían considerados heréticos y excomulgados. Envía un emisario a Francia con la misión de que Felipe reconozca y acepte la bula. Felipe no cede y a Bonifacio no le queda otra que excomulgar a Felipe. La excomunión implicaba que los vasallos de Felipe quedaban liberados de su juramento de fidelidad y podían volverse contra su rey. Antes de que se promulgara la excomunión, y ante la posibilidad de que algunos de sus vasallos pudieran verse tentados a sacar provecho de la situación y rebelarse contra él, Felipe reaccionó rápidamente y mandó un contingente de tropas al mando de Guillaume de Nogaret para deponer al Papa. Nogaret se alió con unos de los máximos enemigos del Papa, la familia Colonna. Realizó una lista con las peores acusaciones posibles hacia Bonifacio y marchó hacia la residencia de verano del Papa en Anagni donde le sorprendió.
La detención de Bonifacio fue bastante violenta llegando incluso al maltrato personal. Los Colonna querían matarlo allí mismo pero Nogaret lo impidió pues sabía que si la cuestión llegaba demasiado lejos, podría acarrearle graves problemas. Después de tres días Bonifacio es liberado por la poblaciín de Agnani y huye a Roma donde muere a los pocos días sin poder tomar venganza por la afrenta de los franceses.
Le sucede en el solio pontificio Benedicto XI. El nuevo papa era partidario de Bonifacio (estaba claro que ningún papa quería renunciar a su poder) pero ante el cariz que habían tomado los hechos, no pudo más que ceder ante Felipe IV y terminar la lucha, contentándose con excomulgar a Nogaret.
La derrota de Bonifacio fue más que un fracaso personal, Fue la definitiva derrota del papado contra los reyes. Hasta ahora, los papas siempre habían manejado con éxito a los monarcas utilizando los principios feudales. Ante un rey díscolo, los papas siempre podían amenazar con la capacidad de volver a los señores en contra del rey , promulgando una excomunión que los liberaba del juramento de fidelidad que habían realizado, con lo que tenían vía libre para rebelarse. A partir de este momento, tal medida ya no será efectiva. Los reyes franceses, y por ende los reyes cristianos, se sienten cada vez más poderosos y seguros de su dominación sobre sus vasallos, que son capaces de enfrentarse a las decisiones del papa, no aceptando más ningún tipo de supremacía de la iglesia dentro de su territorio.