Agosto de 1415, un ejército inglés liderado por Enrique V desembarca en Francia con el objetivo de reclamar los derechos dinásticos de este rey al trono de Francia. Esta reclamación, es continuación de la iniciada por Eduardo III en 1328, cuando fallece sin descendencia directa masculina Carlos IV, el último rey francés de la dinastía de los Capeto. Eduardo III, como hijo de una hermana de Carlos IV, Isabel “la loba de Francia”, hace valer sus derechos al trono de Francia pero no es aceptado por los franceses que eligen como rey a Felipe VI de Valois, primo de Carlos IV. Se inicia así uno de los conflictos más importantes de la Edad Media; la Guerra de los Cien Años.
Enrique V y su ejército llegan a Harfleur y sitian la ciudad que resiste tenazmente contra el enemigo. A pesar de las continuas peticiones de ayuda que la ciudad envía a su rey, este no acude a su rescate y Harfleur capitula el 22 de septiembre de 1415. Enrique V, como buen caballero medieval, envía un mensaje al delfín de Francia Luis de Guyena (pues el rey Carlos VI se encontraba incapacitado con uno de sus accesos de locura) retándole a un combate singular que decidiría el futuro del país. Sería un enfrentamiento cara a cara entre Enrique rey de Inglaterra y Luis delfín de Francia. La misiva es enviada a través de Raoul de Gaucourt quien había sido el capitán general de la ciudad de Harfleur y por tanto la persona que rindió la plaza a Enrique. Este, como prisionero de los ingleses, había prometido no volver a luchar contra sus captores y presentarse ante ellos cuando fuera requerido.
El desafío de Enrique no fue una brabuconada resultado de la euforia del momento por su reciente victoria, era una propuesta muy seria. Sabía que la única forma de hacer valer sus derechos en Francia era por la vía de las armas, y si podía conseguir su objetivo en un combate caballeresco que le pusiera frente a frente con su enemigo para poder demostrar su coraje, entonces sería mucho mejor. Enrique, hombre de mucho valor, no temía el enfrentamiento directo pues estaba absolutamente convencido de la bondad de sus reclamaciones y de que tanto Dios como San Jorge, patrono de Inglaterra, estaban de su lado. Además, estaba convencido de que era una buena alternativa ya que de ser aceptada la oferta, se evitaría un mayor derramamiento de sangre.
El desafío puso al Delfín en un grave aprieto. No pensaba ni por asomo aceptar la propuesta de luchar personalmente contra Enrique pues carecía del valor y el coraje que al rey inglés le sobraba. Sin embargo, si lo rehusaba formalmente corría el riesgo de parecer un cobarde. Ante este dilema optó por esconder la cabeza y ni siquiera contestar. Podemos imaginarnos la reacción de De Gaucourt, un gran caballero honorable y valiente ante tan vil comportamiento. Debió de ser humillante para él comparar la triste reacción del Delfín frente al comportamiento ejemplar y valiente de Enrique V. De Gaucourt, que como capitán de la plaza de Harfleur era prisionero de Enrique, si cumplió su palabra de no participar en nuevas acciones contra sus captores y se retiró a recuperarse de su enfermedad (había contraído disentería durante el asedio) hasta que se le exigiera presentarse como prisionero en Calais. Esto finalmente sucedió puesto que Enrique ganó la batalla de Agincourt. Por muy extraño que pueda parecer a la mentalidad del siglo XXI, los compromisos adquiridos por los caballeros en esta época eran sagrados y su incumplimiento suponía la deshonra, por tanto De Gaucourt, se presentó sin vacilaciones en Calais a pesar de seguir gravemente enfermo. Parece ser que este pensaba que al haber cumplido con la palabra dada, el rey Enrique se inclinaría por liberarlos con la condición de reunir un suculento rescate. Pero estaban muy equivocados, haber desafiado al rey de Inglaterra manteniendo el sitio de Harfleur y negándose a rendinse, no iba a ser ni olvidado ni perdonado por Enrique V. De Gaucourt fue trasladado a Inglaterra donde u cautiverio se prolongaría durante mucho más tiempo que la mayoría de los prisioneros de Agincourt.
Fuente: Juliet Barker, Agincourt, El arte de la estrategia
Isaac Asimov, La formación de Francia